INTRODUCCIÓN

"Et l'insensé déja croyait, comme aujourd'hui que I'âme commençit et finissait en lui"

LAMARTINE. La Chûte d'un Âge.

Homo divina est stirpis origo.

                PITÁGORAS. Versos áureos.

Non est umbra tenebrae, sed vet tenebrarum vestigium in lumine, vel luminie vestigium in tenebris.

GIORDANO BRUNO.

                La génesis de esta obra, cuya segunda edición damos hoy al público, es por demás curiosa.

Al leer por primera vez el célebre libro Old diary leaves ("Hojas de un viejo diario"), del presidente-fundador de la Sociedad Teosófica, Henry Steel Olcott, nos hubieron de causar la más viva impresión determinados pasajes relativos a la residencia de éste y de H. P. Blavatsky en la India. Eran estos pasajes, en efecto, algo de tal naturaleza, que ningún lector sensato puede dejarlos pasar sin serio estudio o sin solemne protesta.

Uno de los indicados pasajes se refería a cierta quinta en la costa de las inmediaciones de Bombay, adonde la recién llegada H. P. B.  hubo de llevar en carruaje a uno de sus nuevos amigos. En la quinta, que era muy hermosa y llena de rosales floridos, salió a recibir a H. P. B. un venerable hindú del tipo de los que los teósofos llamamos Mahatmas o Maestros, mientras que ésta ordenaba a su acompañante que "por nada ni por nadie se moviese del carruaje si estimaba en algo su vida". H. P. B. penetró en la quinta con el hindú, y a la salida recogió de manos de él un espléndido ramillete de rosas con encargo de que le fuesen regaladas al coronel Olcott. De regreso ya en casa de los viajeros, hubo de entablarse entre los de la tertulia de H. P. B. viva discusión, pues todos afirmaban, como buenos conocedores de Bombay, que por semejantes sitios no existía quinta alguna y sí un espeso bosque, mientras que el acompañante juraba con plena seguridad y aplomo que él había visto la quinta con sus propios ojos y hasta podría conducir otra vez a sus puertas a quien apostase en contra de él. H. P. B. sonreía, asegurando que él no sería capaz de semejante hazaña, por lo que perdería la apuesta, como efectivamente sucedió, por cuanto, después de vagar aquél largas horas por el bosque con los de la apuesta, y creyendo siempre llegar a la orilla del mar, se veían él y los que con él iban, fatalmente llevados al lado contrario... H. P. B. aseguró después que la tal quinta era un punto de cita o lugar de reunión de algunos Maestros, y que su acceso a ella, más aún, su misma visión, estaba protegida contra los profanos por una "maya" o ilusión de los sentidos, que no les permitía el llegarse hasta allí, a no ser en compañía de alguien como H. P. B....

Otro de los casos de Olcott se refería a cierto pobre maestro de escuela de Benarés, que recibía con frecuencia de la madre de uno de sus educandos pequeños obsequios. El profesor, agradecido, quiso un día visitar a los padres de su alumno, a lo que éste replicó "que no sabía si ello sería posible". Por fin, de allí a pocos días, el muchacho vino una vez con la noticia de que sus padres acogerían con gusto al maestro, "siempre que éste jurase previamente que no revelaría a nadie el camino que conducía hasta su mansión, y que si luego el visitante faltaba algún día a su juramento, al punto quedaría ciego". Hizo su promesa el maestro y salió con su discípulo hacia las afueras de la población. Ya en pleno campo, y cuando aquél temía ser víctima de una emboscada o de una burla. he aquí que el chiquillo se detiene; exige de nuevo la ratificación del juramento, y realizada ésta, un simple empujón dado por el chico a una piedra que por allí había dejó expedita la bajada al mundo subterráneo o mundo de los jinas, literalmente "el otro mundo", donde el atónito visitante fue cariñosamente recibido y obsequiado por los padres de su alumno, quienes vivían, repetimos en un mundo por completo "semejante al nuestro en casas, calles, templos, etc." Desde entonces, añade Olcott con toda su clásica serie dad, la fortuna del profesor cambió radicalmente; de pobre que siempre fuera, resultó rico "por los tesoros de los jinas"; pero infatuado un día quiso revelar a otros el camino de aquel mundo faltando a sus juramentos, y al llegar con ellos hasta la piedra de marras, ¡quedó instantáneamente ciego! El tercero de los hechos en cuestión es el de aquel Hassán Khan, de Benarés, quien, dice Olcott, "poseía el arte de su padre, que era un gran ocultista y que le había iniciado seriamente con ceremonias mágicas en la sublime Ciencia, dándole poder sobre siete daimones familiares cual los de Numa y Sócrates, bajo la condición estricta de llevar una vida moral y temperante. Sus pasiones, sin embargo, arrastraron a Hassán, y sus siete "astrales criados" se le habían ido escapando uno tras otro a su dominio..."

El cuarto de los casos de Olcott es el de la visita que él hiciera con H. P. B. a las célebres grutas de Karli, donde entre mil rarezas relativas a retiros solitarios de Maestros en el interior de las criptas del arcaico y venerando hipogeo, a resortes secretos que hacen girar a ciertas piedras como las del subterráneo anterior, o el famoso de Aladino el jina, y a otras cosas a este tenor, ve el bravo coronel, mientras descansa en la explanada de fuera, cómo se le acerca inopinadamente un raro "shadú" o discípulo de Vishnú conduciendo a una vaca de cinco "patas" (la quinta pata colgando del morrillo como una fantástica excrescencia), hombre que, después de hablarle un momento, se esfuma en su presencia misma como neblina de lago.

Otros muchos casos semejantes narrados ingenuamente por el coronel aquí y allá de su Diario o "Historia auténtica de la Sociedad Teosófica" no hicieron sino exacerbar nuestra ya excitada curiosidad hasta un grado increíble. Ora se trataba de un inopinado visitante hindú que, en plena redacción de un periódico en Nueva York les enseña a los redactores un extraño libro, da sus señas, ¡las de una librería de estampas religiosas!, y luego desaparece, dejándoles a todos asombrados; ora de otro tal que en el propio salón de la casa de Olcott le hace ver a éste "en un cubo o recinto del mismo" la más horrenda y variada de las faunas astrales; o, en fin, se ve el historiador de los primeros tiempos de la Sociedad visitado dos o tres veces por alguno de aquellos Maestros, quienes hasta le dejan cortar, para prueba de que no se trataba de ninguna alucinación, un pedazo de su turbante de muselina, que el coronel conservó en su poder luego muchos años y enseñó a quien le quiso ver.

Deseando aquilatar hasta qué punto fuesen tales cosas factibles, hojeamos detenidamente las magistrales obras de H. P. B., en especial la novelita ocultista titulada Por las grutas y selvas del Indostán, y allí no sólo vimos ratificados por la maestra aquellos hechos, sino que el número y calidad de ellos aumentó considerablemente. No es cosa de referir uno por uno semejantes hechos, bastando a nuestro propósito el recordar los siguientes:

a) El fuego inextinguible de ciertos iniciados guebros y de otros, mantenido perpetuamente por sacerdotes extraños que no salen nunca de tales templos y que mantienen y custodian enormes bibliotecas subterráneas, donde es fama se conserva íntegro el tesoro bibliográfico de la Humanidad, sin faltar allí ninguno de los libros en todas las lenguas, libros que, a través de los siglos, se hayan ocupado de problemas filosófic05 y religiosos. Gentes que hasta conocen la radiotelefonía.

b) Las montañas purificadoras de Bhadrinath, en cuyos hipogeos ciertos invisibles antecesores de los terapeutas del Líbano crean y mantienen un aura salutífera tal, que a sus termas acuden anualmente millares de peregrinos en demanda de su curación.

c) Los takures del Ragistán (India), entre los que no es raro encontrar señores de juventud eterna, que se dicen descendientes directos del sol ("surya-vansas"), que jamás se mezclan en asuntos mundanos y que custodian por siglos, en espera de días mejores para los hombres, los inauditos tesoros de Hind o "de los jinas", capaces de eclipsar a los mayores de la historia. Dichos takures surya-vansas parecen poseer tales mantrams o "palabras mágicas" que con ellas pueden matar instantáneamente a cuantos tigres y demás alimañas tengan la osadía de acometerlos.

ch) La fraternidad secreta de los alrededores de las cavernas de Bagh en la India, "gupta" o región muy interior poco conocida por los europeos, y cuyos individuos operaron con la narradora y con Olcott prodigios bien extraños que aquélla refiere en su obra.

d) Los llamados sanyasis de Siberia y los todas indostánicos de los montes Vindya, gentes de las que, según la autora, no hay noticias que se casen, ni se mueran, ni se dediquen a las habituales profesiones de los hombres; gentes que mantienen secretos vínculos con otras muchas semejantes de diversos puntos de Asia y aun del mundo, en el que viven, pues, una vida completamente separada de la de los mortales, como si ellos fuesen ciertamente ya de una raza superior y libertada de las infinitas miserias físicas, intelectuales y morales que a nosotros nos aquejan.

e) Las mil gentes raras, en fin, citadas doquiera por los clásicos griegos y latinos, tales como las que tanto asombraran a Plinio, Etico, Filostrato, Apolonio de Tiana, etc., y de las cuales siempre queda a guisa de eco la eterna creencia de la Humanidad en seres subhumanos, humanos o superhumanos que están a nuestro lado mismo, pero que sólo en contadas y solemnes ocasiones nos es dable el tener un fugaz momento de trato con ellos, y eso a costa de grandes riesgos no pocas veces.

En resumen: todos estos relatos de los dos fundadores de la Sociedad Teosófica y otros muchos más que por la brevedad omitimos, volvían a traer ante la crítica serena el eterno problema humano que nosotros, a la entrada de nuestro libro De gentes delotro mundo} de aquéllos nacido, condensamos en estas interrogaciones inquietantes:

¿Qué clase de seres son estas entidades llamadas djins o jinas, afrites, gulas empusas, proteos, etc., que parecen habitar o frecuentar con preferencia los lugares más apartados del comercio humano y hasta "vivir sin aire" en las mismas entrañas de la Tierra, seres poseedores de esa "cuarta dimensión etérea o astral" que a nosotros nos falta, seres cuyas relaciones con ellos pueden causar nuestra felicidad o nuestra desdicha?

¿Qué tesoros son éstos de los que tan repetidamente se nos habla y que tan seductores naturalmente se nos presentan, y qué losas o piedras misteriosas son las que solapan, se nos dice, a los ojos de los profanos "las entradas del otro mundo de los jinas", piedras célebres ya en la historia del mito, pues que si un pobre maestro de escuela en la Benarés de nuestros días pudo encontradas antes de hacerse rico, también en el mito universal la encuentran de igual modo el Aladino de Las mil y una noches; el Juanillo el Oso de la leyenda española; el Don Lanzarote del Lago (incidente del sepulcro de Galaz) en la leyenda caballeresca; piedras, en fin, relacionadas con la "Petra" o .Pétera" de los hierofantes iniciadores, con la "Piedra bruta" y la "Piedra tallada y labrada" de la Masonería, con la "Pétera" del Evangelio, con la "Piedra cúbica" de ciertos tratados de construcción tales como el español del arquitecto Herrera, con la "Piedra de Jacob", y la "Piedra del Destino" o Lía-Fail de Westminster y con las numerosas "Piedras oscilantes" de nuestra prehistoria; piedras que, en unión de los dólmenes, menhires y demás restos druídicos españoles, empiezan hoya bendecir -y ellas sabrán por qué- las autoridades eclesiásticas de nuestra patria.

Lo sugestivo de estos míticos asuntos nos llevó a estudiarlos más y más hasta escribir sobre ellos la obra ya citada, y en la que fuimos acumulando numerosísimos hechos, algunos verdaderamente hermosos, tales como el de "los jinas andinos", "los tesoros de las huacas de los incas y del templo del Cuzco", "la raza heroica y vagabunda de los Tuatha de Danand", judíos errantes de las leyendas de los bardos, merecedores por sí solos de un extenso tratado, y mil otros, en fin, acerca de "los jinas de España", que además de formar un capítulo de la obra desbordaron de ella para servir de base a otro simultáneo: El tesoro de los lagos de Somiedo y en el que los Aladinos, los tesoros y las "vacas astrales" asturianas abundan que es un primor. El libro De gentes del otro mundo tuvo así un prólogo en El tesoro de los lagos de Somiedo y un epílogo en el de Wágner, mitólogo y ocultista, por cuanto a la sombra de ese "Arbol gigante" constituído por las obras del coloso de Bayreuth, pudimos desarrollar un extenso trabajo de mitología comparada y en el que salta desde luego a la vista que en los nibelungos, gibichungos, walkyrias, gigantes, dioses, héroes, etc., de la trama de los Dramas musicales wagnerianos están siempre "los jinas, sus tesoros y sus secretos".

Este "hilo de oro" literario, que viene a enlazar así cuatro de nuestras obras principales (la cuarta son los comentarios a Por las grutas y selvas, de H. P. B.), ha continuado de entonces acá tejiendo su "tela", porque el capítulo final de De gentes del otro mundo dejaba pendiente un cabo donde empalmar la trama de otro, a saber, el de las enseñanzas de Pablo, el Apóstol de las gentes y verdadero fundador del Cristianismo, al hablarnos como ocultista de "las enemigas potestades del aire", de "la muerte y su mentira", de "el Dios Desconocido y sin Nombre" (el Hyerostheos) y de otras cosas análogas que en el fondo no son sino "misterios de los jinas, superhombres y Maestros".

El libro de los jinas, que, con los nuevos e inagotables datos se imponía, pues, tenía que llevar otro título además, si había de responder plenamente a su carácter y al fin para el que se iba a escribir, porque al tomar por base las frases de San Pablo (Corintios, 1, XIV) de "hay un cuerpo material y un cuerpo espiritual; cuando esto se sepa, ¿qué será, ¡oh Muerte!, de tu mentira?", había de llamarse asimismo El libro que mata a la muerte, no en el sentido físico, ya que todo lo que nace muere y todo lo que muere renace, sino en el trascendente de matar en nosotros a esa farsa macabra de la Muerte, que no es sino el Velo de Isis que nos separa de las delicias de la inmortalidad.

Paso a paso, cual las hojas de un modestísimo Corán, se fué escribiendo, pues, el presente libro al tenor de las necesidades mensuales de la revista El Telégrafo Español, a la que se consagrase, e inútil es decir que se guardó ni podía guardarse en sus tan raros como complicados asuntos orden alguno cronológico. Si estábamos en "cuarta dimensión hiperfísica", ¿a qué guardar semejante orden ya que en la hiperfísica, según el aserto de un Maestro, no existen, a bien decir, pasado, presente ni futuro?

Además, una ordenación semejante acaso habría destruido la espontánea homogeneidad con que aquél se iba desarrollando. A partir, en efecto, del capítulo VIII, que es el primero que al detalle se ocupa ya de los invisibles jinas, la historia, en sus penumbras más deliciosas, parece seguir de cerca siempre a tan sugestivos personajes. De pronto tropezamos con un pasaje del historiador Anquetil Duperron, en el que los reyes persas, en la cumbre de su poderío, se creen dueños y señores de todo lo descubierto de la Tierra; pero los magos del reino, para abatir su soberbia haciéndole comprender al rey Darío que el hombre más encumbrado es nada para aquellos Seres superiores, le dan noticia cierta de ellos. El rey les intimida con la sumisión o la guerra; pero la embajada es contestada por los jinas del modo más burlón y soberbio, como se verá a su tiempo, y cuando los ejércitos del déspota persa van a conquistarlos... ¡no encuentran ni el sitio siquiera donde los emisarios anteriores los viesen; no los encuentran, repetimos, ni más ni menos que el acompañante de H. P. B. por los alrededores de Bombay tampoco pudo hallar la quinta de los rosales floridos, donde otro "jina" recibiera a la rusa iniciada, y donde los "profanos" no podían llegar por sí solos!

Y es lo bueno que la historia o leyenda anterior se reproduce en otro pueblo harto distante del primitivo de Persia en el tiempo y en el espacio, entre los fieles aztecas de México, cuyo rey Moctezuma -otro Darío soberbio- también, en su orgullo, quiere visitar a la "Tierra de sus Antepasados" (de sus "jinas" o muertos queridos). Los magos del reino, tras grandes averiguaciones, comunican al emperador que a semejante tierra no se puede llegar por ninguno de los trillados caminos del mundo pecador, sino por los inaccesibles del sacrificio. El viaje se realiza, al fin, como habremos de ver siguiendo al primitivo historiador Padre Durán, y los embajadores arriban a aquella elísea tierra donde la juventud era eterna y donde los reciben en plenos vigores los antepasados del viejo soberano, preguntándoles como si tal cosa por varias generaciones de sus antecesores en el trono y que, naturalmente, habían desaparecido de este mundo, mientras ellos gozaban de una juventud y una felicidad perfectas. . .

El caso mexicano encuentra en nuestras páginas otro caso histórico-legendario no menos asombroso: el de los Thuatha irlandeses y sus cuatro cosas mágicas que los hicieran inmortales, viviendo aun hoy como verdaderos jinas en las verdes colinas de Erin, en espera de un mundo menos corrompido que el actual a quien ayudar e iniciar en los misterios eternos. Las consiguientes cuevas de iniciación tampoco faltan aquí, como no faltan entre los mexicanos, entre los hindúes ni en ningún otro de los pueblos del planeta.

Vienen luego, lógicamente, los misteriosos "todas" de las Montañas Azules de la India, relacionados con swamis, gymnósofos y demás Maestros de los que nos habla la Teosofía; sus análogos los shamanos de Siberia y del país de Kalkas, cuna del alfabeto calcídico-matemático, zendzárico o jaíno, y, en fin, los sublimes Tirtankaras o Primitivos Buddhas de la Compasión, jaínos de que nos hablan con excepcional reverencia los libros sagrados mogoles.

Un estudio detenido sobre nuestras fuentes primeras acerca del noble pueblo inca nos hace ver claramente los orígenes solares o jinas de esta maravillosa civilización precolombina en América del Sur, con una riqueza tal de detalles ocultistas que el hablar ahora de ellos sería profanar lo que es objeto de los correspondientes capítulos. Los amautas incásicos son verdaderos bardos de aquel suelo, transmisores de la eterna Religión-Sabiduría primitiva, que está por encima de todas las religiones vulgares o exotéricas, tanto como lo está el sol sobre la luna, y las iniciaciones del Templo del Sol, desconocidas para sus conquistadores y profanadores, nada tuvieron que envidiar, acaso, a las de Eleusis o a las del remoto Oriente.

El pueblo hebreo y su iniciático libro o Biblia nos da asimismo, a través de los acostumbrados velos sacerdotales, la sublime silueta de tres jinas históricos: Henoch (Jano o jaíno), Elías y Elíseo, patriarcas y profetas de la Primitiva Verdad, envueltos en maravillosos simbolismos, eso sin contar a los más excelsos jinas, los Elohim o Heliojins creadores, verdaderos Pitris solares y lunares, como los “agnisvatta" y los "barishad" de las teogonías védicas. Estos "Helios" griegos y "Helios" o "Caballeros del Cisne" de la leyenda caballeresca dicen harto clara su procedencia para que vayamos más que a mencionarlos ahora en esta ojeada general de nuestra presente obra.

Del judaísmo pasamos al cristianismo y a su célebre jina Juan o Io-agnes, "el Bautista", a las fraternidades más o menos jinas, a las que él, como su pariente Jesús, perteneciera; vemos el abolengo claramente buddhista de todos cuantos eran iniciados en las montañas del Líbano, y vemos también con delicioso arrobamiento las escenas jinas de la Transfiguración, la Resurrección, la Ascensión y la Pentecostés con todo ese tesoro ario de los lagos iniciáticos y de los Misterios que en ellos se celebraran durante edades sin cuento hasta los días de la decadencia de estos últimos.

En el Corán, como rama en cierto modo del gran tronco hebreo, los jinas no podían faltar tampoco y, en efecto, no sólo no faltan, sino que la obra del Profeta-maestro Mahoma es acaso una de las fuentes más puras entre las de Occidente, donde pueden aquilatarse detalles jinas o jainos nada fáciles de encontrar en otros Panteones. Las huríes, el lago Kanthea, los Harut y Marut, Dhul-Karnein, los durmientes de la Caverna, las gentes de Iadjudj, etc., no son, no, de este mundo, sino "del otro de los jinas".

De "los jinas" en Las mil y una noches no tenemos por qué hablar, dado que ellos saltan doquiera en el comentario ocultista que acabamos de dar a luz  extractado de esa primitiva novela atlante-parsi, que es uno de los tesoros más preciados de la humana literatura, tesoro al nivel de cualquiera otro de los libros religiosos conocidos. Por su parte, la literatura caballeresca, como literatura jina, también enlaza la tradición iniciática de aquel libro con las enseñanzas incomprendidas del Paganismo, fuente de arte oculta de la que jamás se sacará todo el partido que es posible, y el que lea con esta clave los viejos romances de los ciclos artúrico y carlovingio sabrá al punto acerca del fondo de los mitos atlantes que ellos solapan muchísimo más que el más documentado de los folkloristas, a quienes les ha faltado siempre esta clave ocultista de interpretación que en vano han buscado en otras fuentes de la Historia y que guarda la clave además de toda la proto-historia occidental, especialmente de la española, donde los parsis y güebros de Hispaham, y después los egipcios u ofitas han ejercido básica influencia que aún perdura, viniendo a nuestro cielo muchos siglos antes que fenicios, griegos y cartagineses.

¿A qué seguir reseñando ya lo que el lector ha de ir encontrando detallado a lo largo de las páginas del libro? Lo apuntado basta para su justificación y la de su doble titulo. El jina existe. Le hemos encontrado todos por lo menos una vez en el áspero e iniciático camino de nuestra vida en forma de "hombres y cosas raras". que ni hemos vuelto a ver ni hemos acertado luego a explicarnos; en forma de "solución imprevista", venida de ellos, como "ángeles custodios" de la Humanidad en general y en particular de cada uno de nosotros, aunque nosotros, ciegas bestezuelas desconfiadas y escépticas, lo hayamos echado luego, temiéndonos a nosotros mismos, al revuelto saco de lo que llamamos "coincidencias", "casualidades", "alucinaciones" y demás palabrejas de cobardía para no afrontar cara a cara, como lo hacemos nosotros, desafiando a la crítica, en el presente libro, donde la poesía tradicional y la verdad histórica van todo lo inextricablemente enlazadas que ir deben en nuestra vida si hemos de dar a la razón el vivificante calor de la emoción y el sentimiento, y a estos últimos la guía de una crítica histórica de mitología comparada como no se ha empleado hasta aquí por los sabios modernos, temerosos sin duda ellos en sus vanidades de que un glorioso pasado que se cree perdido y, sin embargo, resucita y vive, muestre ante sus espantados ojos una ciencia integral que penetra en lo maravilloso y puede responder gallarda a las tres preguntas del enigma de la Esfinge: "¿quiénes somos?, ¿de dónde venimos? y ¿adónde vamos?", como jamás llegará a hacerlo su ciencia pobre y positivista, porque puede enseñamos, documentada con el testimonio de la sabiduría de todos los pueblos y edades, que hemos descendido de lo Alto, del Seno del Logos inefable, a través de las infinitas "Casas de devoción" de rutilantes astros y de "Moradas", como aquella que en sus éxtasis de iluminada consciente e inconsciente columbrase Teresa de Cepeda...

Mientras ignoremos tamañas verdades, no seremos sino "animales de dos pies"; cuando lo sepamos y alcancemos a obrar al tenor de tal "Sabiduría", empezaremos a ser Hombres y luego Héroes, Se midioses y Dioses a través de ese obscuro y extraño "Mundo de los Jinas", de los que pobre y malamente se ocupa este libro.

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