CAPÍTULO V LA MUERTE Y LOS ANTIGUOS MISTERIOS INICIÁTICOS

Una frase de Maeterlinck. - Plutarco y sus "Isis y Osiris". - Thumos, psuche , nous. - El Sol, la Luna, la Tierra y el Hombre. - La muerte física y la muerte psíquica. - El Jardín del Hades. - Pitágoras y su Maestro Sakia Muni.La Jerusalén celestial. - El ritual funerario egipcio. - La muerte del alma.Cadáveres vivos. - El daimón de Sócrates. - El "eidolon", - Los misterios iniciáticos según Herodoto, Píndaro, Isócrates, Diodoro Sículo, Platón, Sócrates, Aristófanes, Cicerón, Epicteto, Marco Aurelio y otros. - Osiris y Tifón. - Misterios de Eleusis, de Orfeo, de Mithra, etc., etc. - La profecía de Hermes Trimegistus. - La muerte y la epístola primera de San Pablo a los Corintios. - Los "Misterios del Reino del Padre", según San Pablo y según el Evangelio.

"Los muertos viven y se mueven en medio de nosotros de un modo mucho más real y efectivo de lo que pudiera describir la imaginación más audaz. Es muy dudoso que ellos permanezcan en sus tumbas como prisioneros. Hasta parece cada vez más evidente que nunca se han dejado encerrar allí. Debajo de las losas, en donde creemos que están encerrados, sólo queda un poco de cenizas que ya no les pertenece, que han abandonado sin pesar, y de las que probablemente no quieren acordarse. Todo lo que fué ellos mismos permanece con nosotros..."

Tal se expresa en su obra Sentiers dans la Montagne el gran Mauricio Maeterlinck.

Al así pensar en nuestros días el autor de El Templo sepultado y del Templo resucitado no hace, en efecto, sino glosar la enseñanza tradicional de los tiempos antiguos, cuando aún estaban en todo su esplendor sublime los primitivos Misterios iniciáticos,

"El hombre -dice el iniciado Plutarco, en Isis y Osiris- es un compuesto, y se equivocan los que piensan que únicamente se compone de dos partes, imaginándose que el entendimiento es una parte del alma. No menos yerran los que consideran al alma como una parte del cuerpo. La inteligencia (nous), en efecto, es tan superior y está tan por encima del alma como el alma, a su vez, es superior y está por encima del cuerpo. Ahora bien, esta unión del alma (ψυχη) con la inteligencia (νους) constituye la razón, y la unión del alma con el cuerpo (θυμος) la pasión. Esta última unión es el origen del placer y del dolor, mientras que la otra lo es de la virtud y del vicio. De estas tres partes tan íntimamente asociadas en esta vida, la Tierra, la generación humana, ha dado el cuerpo; la Luna ha dado el alma, y el Sol, la inteligencia.

Al sobrevenir, pues, la muerte física, las tres partes (cuerpo, alma e inteligencia) de que antes constaba el hombre quedan reducidas a dos, y más tarde, al sobrevenir la segunda muerte o muerte psíquica. dichas dos partes se reducen a una . La primera muerte tiene lugar en la región o reino de Demeter, y de aquí el nombre de telein (τελειν) que se dió a los Misterios, de sustantivo teleutai (τελενται). muerte. Por eso los atenienses consideraban a .los difuntos como víctimas consagradas a Demeter. En cuanto a la segunda muerte, ella se verifica en la Luna o región de Perséfona. Hermes, o sea la Sabiduría, preside a entrambas muertes, arrancando súbita y violentamente el alma del cuerpo, pero además, en la segunda, Perséfona o Proserpina va separando suavemente, a lo largo de un gran período de tiempo, al entendimiento del alma, y por eso a la diosa se la llamó también Monogenes, "la del engendro único", porque deja libre a la parte más excelsa del hombre con la segunda muerte dicha. Está dispuesto, en efecto, por la Fe que cada una de las dos almas, la racional y la irracional, al abandonar el cuerpo, vaguen una temporada muy diferente, según los casos, por la región situada entre la Tierra y la Luna, porque en semejante región (Hades) aquellos que han sido injustos y disolutos sufren en ella el castigo merecido por sus faltas, al par que los buenos son allí detenidos también hasta que quedan purificados de cuantas manchas ha recibido el alma por su unión con el cuerpo. Cual gentes enfermas en convalecencia, viven estas últimas almas en la región más apacible del aire, comúnmente llamada Pradera o Jardín de Hades (Campos Elíseos), en donde continúan por un tiempo fijo, previamente señalado a cada una. Después de esta residencia restauradora, y como si el ser regresase feliz a su país natal después de errante y angustiosa peregrinación o cruel destierro a lo largo de la vida, experimenta una inefable sensación de gozo, tal y como principalmente la reciben los que están iniciados en los Sagrados Misterios, gozo mezclado con el asombro de verse cada uno rodeado de aquel ambiente propio que durante su vida aquí abajo anheló... "Yo sé bien -añade Plutarco en otro Diálogo, dirigiéndose a su discípulo- que tú estás demasiado bien instruído en las doctrinas recibidas de nuestros sabios antecesores y las sagradas orgías de Dionysus para prestar oídos a cuantos desgraciados traten de persuadirte como a otros de que el alma, una vez liberada del cuerpo, ni sufre males ni es consciente. Para nosotros, los que pertenecemos a la Gran Fraternidad iniciática, no son bien conocidos los místicos signos; DE ELLO, POR TANTO, NO NOS CABE DUDA YA."

Siguiendo la senda trazada por las ideas anteriores, Orígenes, en su Epístola sexta a los Romanos, dice: "Existe en el hombre una división triple, a saber: 1°, el cuerpo, o la carne, porción más inferior de nuestra naturaleza, en la que la antigua serpiente inscribió la ley del pecado, y por cuyo influjo nos vemos tentados a cometer acciones malas. 2°, el espíritu, según el cual expresamos la semejanza de la naturaleza divina y en el que el Creador del molde mismo de su propia Mente grabó con su dedo la ley eterna de justicia, y por el cual estamos unidos hipostáticamente a Dios y hechos uno con Él. 3°, el alma, o intermediario entre el cuerpo y el espíritu, y que, al igual que en una república dividida en dos bandos, tiene que unirse al uno o al otro, puesto que se ve contrariamente solicitada por los dos, siendo libre de elegir, de tal modo que acaba por convertirse en espiritual, si toma el partido del espíritu, y en material si se entrega a la carne y a sus concupiscencias." Respecto de esta alma, dice asimismo Platón (Leyes, X) que es nuestro principio motor, y habiendo sido engendrada antes que el cuerpo, no sólo actúa sobre todos los sentidos, sino que administra igualmente a los cielos. Dirige, pues, así el alma todas las cosas en los cielos, en la tierra y en el mar, y sus atributos son querer juzgar, permanecer en su natural estado de alegría, confianza y amor, o caer en el miedo, la tristeza, el odio, juntamente con todos aquellos otros movimientos que están unidos a estos sentimientos primitivos... Siendo ella, por sí misma, una diosa, toma siempre por aliado al Nous, o Dios Interior, disciplinando todas las cosas correcta y felizmente, pero cuando se sumerge en Annoia -o sea el no-nous, el nous negativo obra en sentido absolutamente contrario en un todo. No hay por qué añadir que todo esto no son sino glosas de los textos buddhistas, y que en ello, como diría Bacon, se ve que el genio del pasado era infinitamente más agudo que el nuestro.

Zenón de Elea, el fundador del estoicismo, enseñaba también que existen en la naturaleza dos cualidades, que son eternas: la una activa, masculina o Espíritu Divino, y la otra pasiva, femenina y completamente muerta por sí misma cuando no la cobija aquel espíritu.

Pitágoras, exponiendo también la pura filosofía de SiddharthaSakya-Muni o el Buddha, afirmaba que el Ego o Nous era coeterno (con Dios, mientras que el alma, para llegar hasta esta divina excelencia, tenía que pasar por varios estados -los rupa-lokas o mundos de la forma hindúes-. La metempsychosis era tan sólo dicha sucesión de estados ascendentes, a lo largo de los cuales el thumos o cuerpo de carne, y hasta el Phren o cuerpo psíquico, eran iluminados a través de tales ciclos de sucesivo refugio o ascenso hacia moradas a las que los buddhistas llaman zion, y cabalistas, gnósticos, la Sión o Jerusalén celestial. Las personificaciones o cristalizaciones metafísicas de las acciones buenas o malas del hombre, que los buddhistas denominan skandas o tendencias, arreglan o condensan, después de la muerte del cuerpo material un cuerpo etéreo o astral, duplicado efectivo de lo que el hombre fuera antes moralmente en dicho cuerpo físico. De aquí los sufrimientos del ya nuevamente nacido hasta que logre desprenderse de todo pensamiento o pasión terrenos.

En el Ritual funerario egipcio, el alma buena o purificada, juntamente con su espíritu superior o increado, es más o menos víctima en el otro mundo de la negra influencia del dragón ApoPhis. Si ha logrado el conocimiento final de los misterios celestiales e infernales, la gnosis, o sea la completa reunión con el espíritu, triunfaría de tal enemigo; de lo contrario no puede el alma librarse de su muerte

segunda. Esta muerte consiste en la disolución gradual de la forma astral en sus elementos primitivos; pero este tremendo destino puede evitarse mediante el conocimiento del "Nombre Misterioso e Inefable", "la Palabra Perdida", de los cabalistas, o sea la Iniciación.

¿Cuál era el castigo inherente a la negligencia de estos problemas? Cuando el hombre ha llevado en esta existencia una vida naturalmente pura y virtuosa, no hay para él castigo alguno en el otro mundo, sino un simple retardo, mayor o menor, hasta que se vea allí lo suficientemente purificado para recibir a su "Señor espiritual", que es uno de los Elohim o Dioses de la poderosa "Hueste Celestial", un "habitante del sol"; pero si, por el contrario, el "alma" se paraliza y, como principio semianimal que aún es, se vuelve inconsciente de su mitad subjetiva -el "Señor" dicho- más pronto o más tarde, el alma pierde finalmente de vista su divina misión en la Tierra... Al modo entonces del Vourdalak o vampiro de las leyendas servias, el cerebro se alimenta, vive y desarrolla más y más su poder a expensas de aquella Fuerza Trascendente, que es su padre espiritual. El alma, ya sólo consciente a medias y embriagada más y más con el valor embrutecedor de la vida terrena, se vuelve insensible, perdiendo hasta la esperanza de su redención. Impotente para discernir ya la pura luz de su Espíritu y oír la Voz avisadora de éste su "Angel Guardián" y "su Dios", enfoca todas sus aspiraciones hacia la mejor comprensión y el más completo desenvolvimiento de su vida natural o terrena, capacitándose, pues, solamente para descubrir los misterios de la Naturaleza física. Sus penas y alegrías, sus zozobras y esperanzas, se cifran ya sólo en su existencia terrestre; rechaza indignada todo cuanto no puede ser demostrado por los órganos de acción y de sensación, empezando así por decaer del modo más alarmante, hasta que, por fin, muere el alma por completo, y muchos años antes de separarse del cuerpo físico el principio de vida es aniquilado totalmente con frecuencia. Cuando la que llamamos muerte llega al fin para semejantes seres, la garra férrea y viscosa de la Intrusa, aunque encuentra como de costumbre una Vida a la que asirse, ya no halla, en cambio, alma alguna que libertar, porque la esencia entera de ésta ha sido anteriormente absorbida por el sistema material y vital del hombre físico. Esta horrible muerte, en fin, sólo deja en libertad un verdadero cadáver espiritual, o a lo sumo un efectivo idiota. Incapaz ,de cernerse en otras regiones más elevadas, ni de despertar de su letargo, pronto es disuelta en los elementos mismos de la atmósfera de la Tierra.

"Los iluminados, los hombres justos, aquellos que por su propio esfuerzo han llegado a la suprema ciencia del Hombre interno y al conocimiento de la verdad, han recibido, como Marco Antonio, instrucciones de los dioses al efecto, ora durante el sueño, ora de otro modo. Auxiliados por los puros espíritu o ángeles "que habitan en las regiones de la bienaventuranza eterna", han observado de siempre el curso de tales hechos, y han avisado de ello a la humanidad repetidísimas veces. Puede el escepticismo, si le place, burlarse de todo esto; pero la fe, fundada en el conocimiento y en la ciencia espiritual, así lo viene creyendo y afirmando siempre. Nuestro ciclo actual es un ciclo eminentemente caracterizado por tales muertes A cada paso nos codeamos en esas calles con hombres y mujeres que han perdido ya su alma, y por eso no podemos maravillarnos. en el presente estado de cosas del tremendo fracaso de los últimos esfuerzos de Hegel y de Schelling para construir un sistema metafísico. Cuando varios hechos palpables y visibles de los del moderno espiritismo fenoménico se verifican todos los días, y a pesar de ello son negados por la mayoría de los hombres de las naciones llamadas civilizadas, bien poca probabilidad existe de que pueda ser aceptada una metafísica puramente abstracta por parte de la creciente hueste de los materialistas y positivistas" .

Tal se expresa en diversos pasajes de Isis sin Velo la maestra H. P. B., a propósito del gran misterio de la muerte y del destino del alma humana en ultratumba.

"El daemonium de Sócrates -añade en otro pasaje- era el ηους mente, o conocimiento de lo divino. Es él, dice Plutarco, purísimo en su origen, no mezclándose sino lo estrictamente necesario con el cuerpo . Cada alma, en efecto, tiene en sí una porción mayor o menor de razón, porque sin ella el hombre no puede ser hombre, pero asimismo cada alma, a su vez, se ve modificada por la parte en que se mezcla con la carne mediante el deseo, y por medio del dolor y del placer se convierte en irracional. No todas las almas, sin embargo, se mezclan con el cuerpo de igual modo: algunas se introducen por completo dentro del mismo, y por eso toda estructura en esta vida es mero deseo o pasión; otras, por el contrario, sólo se mezclan parcialmente con el cuerpo, quedando fuera de él su parte más pura, o nous, flotando por encima de aquél, y tocando o cobijando a la porción superior de la cabeza del hombre, semejante a un hilo salvador que sostiene así a la parte del alma sumergida ya en la materia, o sea en el organismo. El vulgo se figura, sin embargo, que aquel nous está dentro de su cuerpo, al modo como a veces la imagen reflejada en el espejo parece estar en su espejo mismo, pero el hombre inteligente, por el contrario, sabe bien que semejante Protector está fuera de su cuerpo, y le considera como un verdadero daemon, es decir, un dios, un espíritu puro.

En cuanto a la suerte del alma, después de la primera muerte que le separó del cuerpo, y la segunda, que le privó posteriormente de su espíritu, Plutarco sigue enseñándonos que "aun separada ya el alma así del Espíritu (νους) como del cuerpo (θυμος), conserva durante largo tiempo aún .el molde o forma anterior del organismo que perdiera, de tal suerte que puede llamársela con justicia su ídolo (ειδολου) o imagen. La luna es el elemento propio de estas almas, porque en él acaban por disolverse, ni más ni menos que los cuerpos de los que han muerto se resuelven en las sustancias componentes de la Tierra. Aquellos, sin embargo. que durante su vida de aquí abajo han sido virtuosos, honestos, viviendo una existencia pacífica y filosófica, sin mezclarse en las pasiones tumultuosas del mundo, se deciden pronto, porque, abandonados por el nous que las cobijase antes, y no haciendo ya uso de las pasiones materiales, se desvanecen en su elemento lunar originario",

Todas estas cosas, por supuesto, no eran, ni podían serlo todavía, patrimonio del ignaro vulgo, sino exclusivo de aquellas mentes bastante evolucionadas ya en ciencia y en virtud para poder ser recibidas las enseñanzas de los Misterios. No estarán, pues, de más aquí algunas consideraciones acerca de estos últimos .

Según la enseñanza iniciática tradicional, la palabra Misterios viene del griego teletai o perfección, y de teleuteia, muerte, como ya hemos dicho. Sus reglas no se daban a los profanos, sino que eran enseñadas por medio de representaciones dramáticas y por otros procedimientos, evidenciando así ante los profanos, iniciando el origen de las cosas, la naturaleza del espíritu humano, sus relaciones con el cuerpo y la manera de purificarse y regenerarse para una vida más elevada. Las ciencias físicas, la medicina, las leyes de la música, la adivinación, todo era enseñado por el mismo sistema, y puede llamarse filosofía a la iniciación en los pasmosos arcanos de los verdaderos misterios y la instrucción en los mismos. Esa iniciación se componía de cinco partes: I. La purificación previa; II. La admisión a la partición en los ritos secretos; III. La revelación epóptica; IV. La investidura o entronización; V. La quinta, producto de todas éstas, en la amistad y comunión interna con Dios, y el goce de la dicha que nace de las relaciones íntimas con seres divinos. Platón llama epopteia, o vista personal, a esta perfecta contemplación de las cosas que se conciben intuitivamente, como verdades e ideas absolutas. Considera también el acto de ceñir el iniciado la corona de los misterios como análogo al hecho de serle conferida a cualquiera la autorización, por parte de sus instructores, de conducir a otros a la misma contemplación. Del quinto grado nace la dicha más perfecta, y, según Platón, la más completa asimilación posible a seres humanos con la Divinidad.

"Eran los Misterios, según Herodoto -dice un amigo nuestro bajo el pseudónimo de Servet-, una sucesión de símbolos, y la parte oral de los mismos una explicación accesoria, o bien comentarios sagrados con tradiciones independientes y cortas que encerraban teorías sobre física y moral, en los cuales los planetas y elementos hacían el papel de actores.

Aquellos hombres que se dedicaron al estudio de la ciencia y al cultivo del arte, no pudiendo, aislados, vencer los obstáculos que la ignorancia oponía al logro de sus aspiraciones de perfección progresiva tanto en el orden moral como en el intelectual, tuvieron que asociarse, pues, para conseguirlo, llamándose iniciados y denominando Misterios a los métodos comunicativos que dejamos apuntados y al conjunto mismo del caudal de sus descubrimientos y de sus enseñanzas simbólicas.

Es evidente la alianza íntima que siempre ha existido entre los sistemas filosóficos y el simbólico, como lo prueban las alegorías que encontramos en los monumentos de todos los tiempos, en los escritos simbólicos de los padres o fundadores religiosos de todas las naciones, y en los rituales de todas las asociaciones místicas y secretas, raudal inagotable de principios invariables y uniformes, que forman un conjunto armonioso y perfecto.

En tal concepto debemos apreciar la importancia de la enseñanza simbólica, por el uso constante que con ese motivo hizo de ella la Antigüedad y el influjo que no ha dejado de ejercer en todos los siglos como sistema de instrucción y participación misteriosa.

Fueron las iniciaciones escuelas en las que se enseñaron las verdades de la Religión Primitiva, la existencia de un solo Dios, la inmortalidad del alma, los fenómenos de la Naturaleza, las artes. las ciencias, la moral, la legislación, la filosofía, la beneficencia, lo que llamamos hoy metafísica, el magnetismo animal y otras muchas ciencias conocidas sólo de los iniciados.

A la filosofía racional de la India se debieron los Misterios Egipcios después de haberse fundado los de la Persia y la Caldea, siendo esta primitiva filosofía la base de la enseñada por Pitágoras y Platón. Sócrates nos dice "que los fundadores de los Misterios o grandes Asambleas de los iniciados eran hombres de genio, quienes en las primeras edades del mundo enseñaban. bajo enigmas difíciles de comprender, cuán necesario era purificarse antes de descender a las regiones desconocidas, para no ser precipitados en el abismo; porque sólo a los exentos de las impurezas del mundo les era permitido gozar de la presencia de la Divinidad: Tanta seguridad tenían los iniciados de ser admitidos en la sociedad de los dioses.

En el caos de las supersticiones populares, sólo los Misterios pudieron libertar al hombre de la barbarie. De ellos nacieron las doctrinas de Confucio y de Zoroastro, y fueron conceptuados por San Clemente de Alejandría como el complemento de todo saber. en donde eran vistas y aprendidas todas las cosas, especialmente en los llamados Grandes Misterios. En efecto, si hubieran limitado su enseñanza a la moral únicamente, no habrían sido objeto de los elogios de tantos hombres ilustres como Píndaro, Plutarco, Isócrates, Diodoro, Platón, Sócrates, Aristóteles, Cicerón, Epicteto, Marco Aurelio y otros, quienes atestiguaron su sabiduría y grandeza.

Nada se omitía de cuanto pudiera realzar a los Misterios de la iniciación, llegando sus ceremonias a poseer un encanto tan poderoso que, no sólo conjuró los males que amenazaban destruidos. sino que fué la causa de que se reputase como un honor poco común el favor de ser iniciado. Conservaron los Misterios el carácter de grandeza y santidad que los distinguía hasta mucho después de la época de Cicerón, y causaban en el ánimo de los más osados un profundo respeto, que ni aun el parricida Nerón se atrevió a penetrar en sus templos, y rehusóse a Constantino igual honor a consecuencia del homicidio de sus parientes.

Eran, en general, fúnebres las formas de los Misterios y además el tipo de una muerte y resurrección místicas que aludían siempre a un personaje divino o heroico. Variaban los pormenores, según las localidades. si bien en el fondo era igual la alegoría en todos ellos. Este fondo no era otra cosa que la exposición de la fábula de Osiris (o bien la verdad revelada bajo la forma de figuras alegóricas), que representaba al Sol como principio del Bien, y a Tifón, o ausencia de aquel astro, como causa del mal y de las tinieblas. En todas las historias de dioses y héroes encontramos detalles secretos que hacen referencia a las operaciones visibles de la Naturaleza, pues sólo inteligencias sin cultura pudieron considerar como divinos al Sol, la Luna, las estrellas y al poder de la Naturaleza, consagrando a estos objetos un culto público.

Inspirar al hombre piedad y hacerle soportable la vida y sus pesares, eran atenciones preferentes de los Misterios, dándole por recompensa el consuelo o la esperanza de otra vida feliz y eterna. Cicerón decía que no sólo recibían en ellos los iniciados la instrucción que les era necesaria para ser felices en este mundo, sino que también adquirían por medio de ella hermosas esperanzas para el momento de la muerte. Sócrates decía también que era una dicha el ser admitido en los Misterios, porque se tenía por cierta la inmortalidad. Y, en fin, Aristóteles aseguraba que los Misterios no sólo proporcionaban a los iniciados consuelos en esta vida, sino también la ventaja inapreciable de pasar al morir a un estado perfecto de felicidad.

Sería fácil probar cuál era otro de los fines recomendables de la iniciación, pues según el mismo testimonio de los antiguos, ocupaba a los iniciados con entusiasmo la idea de civilizar las hordas salvajes, mejorar sus costumbres y que formasen parte de la sociedad; es decir, hacer recorrer al hombre una vía digna de él. Eran los Misterios de Eleusis, según Cicerón, un bien que Atenas acordaba a los pueblos; porque era también misión de sus iniciados realizar la empresa que. acabamos de indicar e inculcar la moral como base de la institución. El mismo orador filósofo, en su apóstrofe a Ceres y Proserpina, dice que el género humano debía a estas diosas los primeros elementos de la vida intelectual y física, el conocimiento de las leyes, los preceptos de la moral y los ensayos de la civilización que tan útiles son a la humanidad. Al poner en práctica los principios políticos y religiosos de la institución, enseñaban a los hombres sus deberes recíprocos, los que debían a los dioses y el respeto que éstos exigían, obteniendo de este modo el que es necesario dispensar a las leyes; idea que Virgilio nos confirma de esta manera cuando nos habla de las ceremonias de la iniciación: me enseñaron allí, dice, a respetar 1a justicia "y los dioses" .

No fueron los Misterios simples purificaciones, fórmulas o ceremonias arbitrarias, ni menos la manera de recordar a los hombres el estado anterior a su civilización, pues ya hemos dicho que inclinar al hombre a la piedad e inspirarle el temor de una vida futura fué en los primeros tiempos, si no desde su principio, uno de los fines de la iniciación.

Mucho se ha escrito sobre el estado de barbarie del hombre antes de los Misterios, alusión puramente metafórica si no hiciera referencia a la ignorancia del candidato y, en general, a la del hombre. Es indudable que los Misterios de Isis, y todos los que conocemos, lograron realizar el designio que se habían propuesto. Mejoraron la condición social del hombre y perfeccionaron sus costumbres, ligándole a su especie por medio de deberes sagrados y recíprocos. Fué este primer ensayo de la ciencia y sabiduría primitivas el que se esforzaba en crear una legislación sólida y duradera y en enseñar aquella filosofía que asegura al hombre su felicidad, preserva a su alma del influjo moral de las pasiones y conserva el orden en la sociedad. Era la obra del genio, cuyo pedestal fué la ciencia y el estudio incesante del hombre.

Representaban al iniciado por medio de imágenes la felicidad del justo y la desgracia del hombre malvado después de la muerte; escogían los lugares más obscuros para presentar aquellas imágenes en espectáculo, asistiendo propiamente a dramas a que daban el nombre de iniciación o Misterios y excitaban la curiosidad del iniciado con el secreto de las ceremonias, no menos que con las pruebas por las cuales pasaba, en tanto que su atención recorría los diferentes objetos que le rodeaban: tales eran la variedad de escenas, la belleza de los adornos y las rápidas transformaciones. Llenábanle de profundo respeto la gravedad y dignidad de los actores, y despertaban en él la augusta majestad del ceremonial, bien la esperanza, o el temor, o la tristeza, o el regocijo.

Los hierofantes, hombres inteligentes que conocían la manera de hacer sentir el efecto que deseaban, emplearon con tal objeto los medios más oportunos. El celo del secreto cubría sus ceremonias y acostumbraban celebrar los Misterios en medio de la noche, haciendo más imponente al iniciado la impresión que recibía, más duradera la ilusión y mayor su asombro. El recinto escogido para las ceremonias eran cavernas débilmente alumbradas, y árboles frondosos rodeaban el exterior de los templos, porque se tenía el propósito de hacer sentir al alma el temor saludable que suelen inspirar los lugares melancólicos.

La palabra Misterias, según Demetrius Phalerus, era una expresión metafórica y sinónima de la idea del pavor que ocasionan la obscuridad y el silencio. Siendo la noche la hora en que se practicaban, recibieron también el nombre de ceremonias nocturnas, y, según Apuleyo, en dicha hora era también cuando tenían lugar las iniciaciones en los Misterios de Samotracia y en los de Isis.

Nada pudo excitar más vivamente la curiosidad del hombre que los Misterios, en los cuales se enseñaban ciertas verdades que aumentaban su deseo no menos que los obstáculos que entonces, como ahora, detienen al iniciado, quien sólo por intervalos puede llegar al fin a conocer el grande objeto de la iniciación. Hierofantes y legisladores se sirvieron de ella como de un resorte poderoso para hacer adoptar al pueblo ciertos preceptos que hubiera sido difícil hacerle aceptar por la fuerza.

Entre los iniciados era un estímulo la idea de querer imitar a la Divinidad, la cual, decían, oculta a nuestra vista los resortes con que mueve el Universo, asegurando que sus alegorías encerraban verdades importantes para más despertar el deseo de conocerlas. Juraban guardar profundo secreto y castigaban con la muerte al indiscreto que los revelaba o al no iniciado que encontraban en el templo, privando, por último, al traidor de toda participación en los Misterios y del trato de los iniciados.

Al estímulo del secreto se unía lo difícil de la admisión y los intervalos que tenían lugar en la sucesión de grados. Los que aspiraban a la iniciación del Sol en los Misterios de Mithra, en Persia, pasaban por muchas y terribles pruebas. Empezaban por fáciles ensayos y llegaban por grados a extremos peligrosos, que amenazaban la vida del candidato. Decía Suidas que nadie podía obtener el título de iniciado sin haber demostrado por su constancia en tales pruebas que era hombre virtuoso y estaba exento del influjo de las pasiones. Llegaban a doce las pruebas principales, aunque otros aseguran que era mayor su número.

Las pruebas de la iniciación eleusina eran menos terribles, aunque severas, pues hacía pasar al aspirante por intervalos en los cuales permanecía como estacionario, sin poder avanzar, períodos de tiempo que era necesario llenar al ascender de los Pequeños a los Grandes Misterios, causando cierta incertidumbre que alarmaba casi siempre a la curiosidad del candidato.

Pitágoras quiso poseer el secreto de la ciencia sagrada de los Padres Egipcios, y fué iniciado en los Misterios de este país, pasando por pruebas terribles, que supo vencer y le hicieron digno de recibir la instrucción a que aspiraba.

Los esenios, entre los judíos, no admitían al aspirante en sus Misterios sin haber antes pasado por las pruebas de distintos grados.

Llegaban por la iniciación a ser hermanos aquellos que antes no eran más que meros conciudadanos, sujetándose a los nuevos deberes que contraían; como miembros de una fraternidad religiosa que acercaba más y más a los hombres, y en donde el pobre y el débil podían acudir por asistencia al rico o poderoso, a quienes estaban ligados por una verdadera amistad.

En los Misterios de Orfeo juzgábase el iniciado libre del imperio del mal y elevado a una existencia superior y feliz; en los de Eleusis decían que sólo para ellos ostentaba el Sol sus más vivos resplandores; igual felicidad prometían a los iniciados en los Misterios de Cibeles y de Atis.

En los Misterios de Mithra era costumbre repetir al iniciado una leyenda sobre la justicia, recomendando a los hombres una virtud de que daban ejemplo, y era motivo de duelo en las ceremonias de la iniciación la supuesta muerte del Sol, celebrando luego su resurrección con las mayores muestras de regocijo; estas ceremonias se hicieron extensivas a las iniciaciones en los Misterios de Adonis, que se practicaban en la Fenicia.

Tales eran, de un modo general, según Servet, los Misterios o doctrinas primitivas que encontramos esparcidos en fragmentos de las obras de la antigüedad y que así han llegado hasta nosotros. Ahora, como entonces, ocupa al hombre el estudio del gran número de teorías referentes a las leyes de la Naturaleza y sus misterios, teorías anticipadas por los antiguos, cuyo profundo saber debemos buscar, no en sus obras filosóficas, sino en los símbolos que empleaban para enseñar las grandes ideas.

Sin embargo, poco a poco fueron perdiendo los Misterios su importancia primitiva, hasta desaparecer o, por lo menos, ocultarse.

"Día vendrá, ¡oh, hijo mío! -dice el Tres veces grande Trimegistus-, en que los misterios contenidos en los sagrados jeroglíficos egipcios no vendrán a ser más que ídolos. El mundo entonces tomará equivocadamente por dioses a los santos emblemas de la ciencia, y acusará al Egipto de haber adorado a monstruos infernales. Pero aquellos que de semejante modo nos calumnien adorarán a la Muerte en lugar de adorar a la Vida; seguirán a la locura en vez de practicar la sabiduría; atacarán al amor y a la fecundidad; a manera, de reliquias, llenarán sus templos con huesos de hombres muertos, y en soledad y llanto malograrán a su juventud. Sus vírgenes serán viudas (monjas) antes de ser esposas, y ellas se consumirán en el dolor porque los hombres habrán despreciado y profanado los sagrados misterios de Isis.

Cuentan, por su parte, los clásicos romanos que cuando Cicerón regresó, ya iniciado en los Misterios de Eleusis, y fué preguntado acerca de sus impresiones respecto de ellos, hubo de decir que las inefables enseñanzas en ellos recibidas no podía revelarlas a los profanos; pero que, desde el día feliz en que recibió sus secretos, había ya adquirido el pleno y personal convencimiento acerca de la continuidad de la conciencia más allá de la tumba; ES DECIR, QUE HABÍA MATADO A LA MUERTE MISMA. Así se explican las alabanzas que a la regeneración espiritual o nuevo nacimiento operado por los Misterios, consagró después, en unión de tantos otros ilustres romanos, según enseña el propio historiador César Cantú.

Abundando en las mismas ideas recibidas en los Misterios, Pablo habla, pues, de "la muerte y de su mentira" en iguales términos que Cicerón, diciéndonos clarísimamente en el capítulo XV de su célebre Epístola primera a los de Corinto:

"Mas alguno preguntará: -¿Cómo resucitarán los muertos? ¿En qué calidad o clase de cuerpo han ellos de resucitar? -y yo les respondo: -¡Necio!; lo que tú siembres, si antes no muere, no te reivindicará. Así, cuando siembras, no siembras ya hecha la planta que ha de ser, sino el grano desnudo, que es semilla. Mas Dios ha dado su propio cuerpo a cada una de las semillas, pues que no toda carne es una misma carne: una es la de los hombres, otra la de las aves y otra la de los peces. Hay, pues, cuerpos celestiales y cuerpos terrestres, y sus glorias respectivas son muy distintas. Una, en efecto, es la claridad de! sol, otra la de la luna y otra la de las estrellas, y aun hay diferencia de estrella a estrella en la claridad. Así también la resurrección de los muertos: se siembra en corrupción, y se resucitará en incorruptibilidad; se es sembrado en vileza, y se resucitará en gloria; se es sembrado en flaqueza, y se resucitará en vigor; se es sembrado cuerpo animal, y se resucitará cuerpo espiritual; porque si hay cuerpo animal, lo hay también espiritual. Por eso está escrito: "Fué hecho el Adán primero en el alma viviente, y el postrer Adán en espíritu vivificante. El primer hombre hecho de la tierra es terreno y e! segundo hombre, del cielo, es celestial; porque cual es la tierra, así es lo terreno, y cual es e! cielo, así es lo celestial. Trajimos, pues, lo terreno, y llevaremos la imagen de lo celestial... He aquí que os digo un misterio: Todos ciertamente resucitaremos, mas no todos seremos mudados. En un abrir y cerrar de ojos sonará la final trompeta: los muertos resucitarán incorruptibles, y nosotros seremos mudados, porque es necesario que esto que es corruptible se vista de incorruptibilidad, y esto que es inmortal se vista de inmortalidad, y cuando esto que es inmortal fuese revestido de inmortalidad, se cumplirá la palabra que está escrita: "Tragada ha sido la muerte en la victoria." ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh intrusa, tu aguijón?"

y como si pudiese quedar duda acerca del carácter constructivo o iniciático con e! que hablaba, e! incomprendido Apóstol, antes de decir todo esto, había cuidado de preparar el terreno consignando, a guisa de prólogo de tan sublimes verdades, estas frases del capítulo In, que se prestan también a las más serias meditaciones acerca de la diferencia esencial que en punto a tales cuestiones existe siempre entre iniciados y profanos:

"Yo, hermanos, no os puedo hablar como a hermanos espirituales, sino como a hombres carnales, como a verdaderos párvulos de Cristo; porque, habiendo aún envidias y contiendas entre vosotros, ¿no es así que todavía sois carnales y andáis según el hombre? Por eso os di a beber leche- y no vianda... Como sabio arquitecto, eché el cimiento para que otros edifiquen sobre él... ¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el espíritu de Dios mora en vosotros?"

Semejante lenguaje de Pablo no es otro que el empleado por Jesús hablando de los Misterios iniciáticos o Reino de los Cielos, como es fácil ver consultando el capítulo XIII del Evangelio de San Mateo, donde se dice exactamente lo mismo, después de exponer la hermosísima parábola del sembrador, parábola que, por resultar perfectamente aplicable a la semilla que queremos sembrar con este libro, nos será permitido reproducir:

"1. En aquel día saliendo Jesús se sentó en la orilla del mar.  - 2. Y se llegaron a él muchas gentes, por manera que entrando en un barco se sentó en él, quedando toda la gente en la ribera.  3. Y les habló muchas cosas por parábolas, diciendo: "He aquí que salió un sembrador a sembrar. - 4. Y cuando sembraba, cayeron algunas semillas junto al camino y vinieron las aves del cielo y se las comieron. - 5. Otras cayeron en lugares pedregosos en donde no tenían mucha tierra, naciendo al punto por lo mismo que no tenían tierra profunda. - 6. Mas, en saliendo el sol, se secaron y quemaron porque no tenían raíz. - 7. Otras cayeron entre espinas y, creciendo las espinas, quedaron ahogadas. - 8. Y otras, cayendo en tierra buena, rindieron, al fin, su fruto: una a ciento, otra a sesenta y otra a treinta. - 9. El que tenga oreja para oír, que oiga. - 10. Mas, los discípulos, llegándose a él, le dijeron: "¿Por qué les hablas por parábolas?" - 11. A lo que el Maestro les respondió: "Porque a vosotros tan sólo os es dado el saber los misterios del Reino de los Cielos, cosa que aún no es dado a ellos. - 12. Pues al que tiene, a ése se le dará y tendrá más, pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará. - 13. Por eso les hablo por parábolas, porque viendo, no ven, y oyendo, no oyen ni entienden. - 14. Cumpliéndose en ellos la profecía de Isaías que dice: vuestro oído .oirá, y no entenderéis, y vuestro ojo verá, y no veréis.  - 15. Porque el corazón de este pueblo se ha hecho más grosero y ha cerrado sus ojos para no ver, y tapado sus orejas para no oír, y apartado de mí su corazón para no ser convertidos y sanados.  - 16. Mas, bienaventurados vuestros ojos, porque ya ven, y vuestros oídos, porque ya oyen.17. Vosotros, pues, oíd la palabra del que siembra. -18. Cualquiera que escucha la palabra del reino de Dios y no la entiende, viene el malo y arrebata lo que se sembró en su corazón: éste es el que fué sembrado junto al camino. -19. Mas el que fué sembrado sobre las piedras, éste es el que oye la palabra, y por el pronto la recibe con gozo. - 20. Pero no tiene en sí raíz, antes es de poca duración, y cuando le sobreviene tribulación y persecución por la palabra, se escandaliza luego. - 21. Y el que fué sembrado entre espinas, éste es el que oye la palabra, pero los cuidados de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra y queda infructuosa. - 22. Y el que fué sembrado en tierra buena, éste es el que oye la palabra y la entiende y lleva fruto: y uno lleva a ciento, otro a sesenta y otro a treinta."

                Llegados aquí, no podemos menos de preguntarnos: ¿Por qué tamaña coincidencia entre todas las religiones del mundo?

                Y la contestación no puede ser otra que ésta:

                -Porque todas las religiones, como derivadas de un primitivo Tronco, guardaban como el más preciado de sus misterios prácticos el de la única arma que verdaderamente puede matar a la Intrusa.

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