CAPÍTULO XIX. LOS "JINAS" EN "LAS MIL Y UNA NOCHES"

"El libro del Velo de Isis". - Hechos extraños que se repiten. - Las mil y una noches primitivas y el Pancha-tantra hindú - Ediciones del gran libro. - El libro de Cama y Dymna. - La imaginación creadora discurre por los mismos cauces desde que el mundo es mundo. - La busca de la verdad histórica en las fábulas y en los niños. - Las "agadas" de una edad más feliz. -

Nieve que pasa a cieno. - Schahriar-Zacarías. - El viejo tributo de las cien doncellas. - Dinarzada y Scheherezada, o lo humano y lo jina. - Los redentores cargando con el brma de los perversos. - El comerciante honrado y los tres ancianos jinas. - Otro recuerdo de la Vaca pentápoda. - El pescador y el jina sepultado en el fondo del mar con sus misterios. - Alah-djin, "el jina de Dios". - El "Vellocino de Oro" de Sindbad el marino. - La "Fuente de Oro" de Ctesias, de Gnido. - Seif Almuluk y el Hada de la Matemática. - Ahmed Y el hada parsi Banú, con iU encantado mundo. - El príncipe Alahman y el rey de los jinas. - Las aves de Unus-Ahur. - Contenido de todos estos relatos fabulosos y simbólico del gran libro.

Cuantas cosas maravillosas hayan podido chocarnos en el decurso de los capítulos anteriores las vemos repetidas, y aún ampliadas, en ese gran libro iniciático que llamamos Las mil y una noches, o "Libro del Velo de Isis", al tenor de su jeroglífico 1001, "mil y una", y de su "noche o Velo"  . Esto acaso no pruebe nada para los positivistas escépticos que aún van quedando, rezagados ya del creciente renaCimiento espiritualista de la post-guerra, y quienes nos dirán autoritariamente que ello no prueba sino que son "ensueños de la imaginación, tan felizmente combinados, que gozan del envidiable privilegio de sugestionar por igual con su belleza a los grandes como a los chicos". Para el crítico serio, sin embargo, semejantes repeticiones de hechos extraños, inexplicables, producidas en puntos inmensamente alejados unos de otros en tiempo y en espacio, toman los caracteres que asigna la lógica a la tradición o constante testimonio de los siglos. Muchos menos testimonios contestes de hechos han bastado, en efecto, para tener por indudables no pocas de nuestras cosas reputadas como científicas.

Además, ello nos llevaría a tropezar de manos a boca con un descubrimiento pasmoso: el de que la activa o creadora imaginación del hombre, que aquellos ciegos confunden intencionalmente con la pasiva y alocada fantasía, corre siempre por los mismos cauces desde que el mundo es mundo, como respondiendo, por tanto, a leyes inmutables, que no son sino las entrevistas leyes del mundo de los jinas. Para que el lector pueda apreciar, pues, en todo cuanto valen semejantes concomitancias, no estará de más el que haga con nosotros una excursión ligera por el tiempo de aquellos preciosos "cuentos de niños", que no son sino "altísimas verdades de viejos" en su incomprendido simbolismo de fábulas efectivas. Está tan maleada, por desgracia, nuestra presente humanidad, y la historia tan llena de errores (no digamos patrañas, porque, al tenor de la etimología, "patraña" es "cosa de los padres" o santa tradición), que siempre nos sería lícito, por vía de asepsia moral, el buscar la Verdad en esas poderosas fuentes de Belleza prístina que se llaman "las fábulas" y "los niños".

Concordando con estos asertos, nos dice por eso la maestra H. P. B. que "en medio de los fantásticos desatinos de Las mil y una noches, mucho podría encontrarse digno de atención si lo relacionásemos con el desenvolvimiento de alguna verdad histórica. La Odisea, de Homero, por ejemplo, sobrepuja en aparente falta de sentido común a todos los dichos cuentos juntos, y, a pesar de ello, está probado que algunos de sus mitos son mucho más que la creación imaginativa etcétera, etcétera, cual si fuese una ley de la imaginación humana el tener que caer siempre poco o mucho en semejante monumento de las edades, sin poder salir apenas una vez de su letra, y, por de contado, nunca jamás de su divino espíritu. Véase Ponos, la genial obra de Melitón Martín, una de las fábulas modernas que más semejanza ofrecen con el antiguo estilo.

Por de pronto, el problema del sexo, al que antes aludíamos, aparece vigoroso ya en la Introducción del libro. Los dos hermanos sultanes descubren la infidelidad de sus sultanas respectivas, a quienes decapitan, y, exasperados, creen que todas las demás mujeres son infieles también por ley de su naturaleza, merced a lo cual Schahriar o Zacarías -el mudo sacrificador del templo de Israel, que en el relato evangélico se da por esposo de Isabel, prima de María- se decide a sacrificar, como el famoso monstruo irlandés y gallego del Tributo de las cien doncellas, todas las noches a una mujer, después que ha compartido con ella su regio lecho. Tras tan horrenda carnicería, que tiene aterrado a todo el Imperio, aparece una heroína, Scheherezada, la hija del visir, quien como la Judith de Holofernes, o la Iseo del mito tristánico, se decide a libertar a su pueblo de semejante oprobio y resueltamente se ofrece en holocausto al monstruo, compartiendo su lecho  .

Viene aquí entonces el símbolo de la acción de la Magia en el mundo y en la vida. La jina Scheherezada se hace despertar por su humana hermana Dinarzada "antes del amanecer" (hora de la iniciación), y ésta le ruega que le cuente uno de aquellos divinos cuentos que debía a sus profundos estudios. Scheherezada aprovecha esa hora augusta que precede al alba, y en la que el hombre comienza a salir del mundo misterioso del sueño, penetrando en el de los ensueños más dulces, ensueños jinas que acaso son la única verdad de nuestra existencia, y comienza su relato con la historia del comerciante y el ogro, que no es sino el símbolo del triste destino de la humanidad post-atlante destinada a desaparecer, como destinado estaba a morir el pobre comerciante del cuento bajo la espada del genio del malo magia negra (y como destinada estaba también a morir la pobre Scheherezada), si en aquel momento no se hubiesen presentado tres extraños personajes, dignos de especial mención.

Estos tres personajes son tres típicos "viejos" o jinas, quienes se presentan para salvar al pobre comerciante en el momento supremo en que, fiel a la palabra que había dado al ogro de volver al año justo para que le sacrificase por el horrendo delito de haber comido dátiles (los misterios de los "dáctilos", o conocimiento cabalístico mal adquirido), iba a caer bajo la implacable cuchilla del ogro. El primero de aquellos jinas, como el shadú o "conductor de la vaca pentápoda" que figura en los relatos jinas de Olcott y de Blavatsky. a los que hiciéramos referencia en De gentes del otro mundo, pág. 9, conducía a una cierva, cierva que no era sino su estéril mujer, transformada así por una maga en castigo a que ella, para vengarse de una esclava de su marido que le había dado un hijo, los había transformado a ella en vaca, y al hijo en ternera. No hay por qué añadir que semejantes vaca y ternera no son sino la primitiva religión jina reflejada en la célebre vaca de Gautama el Buddha, o sean los dos cultos solar y lunar, de los que hemos hablado tantas veces.

El segundo jina llevaba dos perros negrísimos, quienes, a su vez. no eran sino dos pésimos hermanos suyos (u hombres) que, envidiosos de su prosperidad e ingratos a anteriores beneficios, habían tratado de sepultade en el mar ("como lo fuera la Atlántida") a él y a su jaina esposa, la cual, para castigados, los había metamorfoseado en perros malditos. En cuanto al tercero de los jinas salvadores del buen hombre, su historia era tal y tan sublimemente misteriosa (como efectiva historia mágica) que el libro la tiene que callar...

Viene luego en Las mil y una noches otra historia celebérrima: la del pescador  , aquel otro desdichado padre de familia que logra pescar del fondo de los mares la cajita misteriosa en la que el genio de la magia tradicional yacía aprisionado bajo el sello de Salomón. Abierta esta "caja de Pandora", el genio le va a matar para vengarse, decía, de los desaires que había recibido de la humanidad, porque queriendo él libertarla de sus miserias, ésta le había continuamente despreciado. Pero el astuto pescador se da trazas, con el engaño de cierta pregunteja al estilo de las célebres de Wotan a Mimo en el primer acto del Sigfredo wagneriano, a volverle a encerrar en su caja; y encerrando con él toda "esperanza" de ulterior liberación. Con este motivo, el genio relata al pescador unas lindas historietas: la del Médico Durbán, la de El marido y el papagayo, la de El visir castigado, sobre cuyo alcance jina no podemos detenernos, como tampoco sobre el echado de las redes al agua y la pesca de los cuatro pececitos de colores, simbolismo de las cuatro razas humanas extinguidas antes de esta nuestra quinta raza, y del Príncipe de las Islas Negras, de lo que hemos sacado el debido partido en otro lugar  . Baste indicar aquí que toda la leyenda del pescador es jina desde el momento en que el genio le lleva a éste a echar sus redes en cierto secreto lago, oculto en el más pintoresco jardín que puede darse, y que, "no obstante encontrarse del otro lado de la montaña que dominaba a la capital, ninguno de los nacidos en ella le había visto jamás, como tampoco a las cuatro clases de peces del lago, los blancos, los azules, los rojos y los amarillos", representaciones respectivas de las cuatro grandes razas troncales antecesoras de nuestra quinta raza aria. También, por ser jina, coincide el resto del relato con tantos otros que llevamos consignados en capítulos anteriores, como cuando el sultán, maravillado por los prodigios que había visto realizar a los peces, se lanza solo, de noche y con gran secreto, a recorrer "el desconocido Sendero de la llanura", hasta dar, al cabo de mucho esfuerzo, con el palacio atlante del Príncipe de las Islas Negras, o del Pecado, recorriendo en sólo un día, y por modo jina, un itinerario en el que, al regresar al modo humano, necesitó emplear tres largos meses.

Seguir detallando más en estas sugestivas leyendas iniciáticas de Las mil y una noches, resultaría difícil, porque ni aun se sabría escoger bien. Nuestro objeto aquí se limita, pues, a echar una rápida ojeada jina por la sublime obra, contando con el conocimiento que todo hombre ilustrado debe tener de ella.

¿Quién, por ejemplo, no recuerda la leyenda de Aladín o Alahdjin, el jina bueno, "el jina de Alah"? Ella sola bastaría para probar el intento de este capítulo.

En efecto: un ser puro, un niño (que niños se llama en el lenguaje iniciático a todos los que empiezan a recorrer el Sendero), hijo de "un sastre", quiere decir de un santo hombre conocedor de "los shastras", o versículos sagrados védicos, conoce a un hechicero, quien trata de utilizarle en el proyecto de robar cierta lámpara maravillosa (la del Conocimiento iniciático), escondida allá en las grutas de lejanísimas montañas. Llegados al sitio, tras el penoso viaje, el niño, por la virtud del anillo del mago, levanta una gran losa blanca y penetra, animoso, en el subterráneo, donde, a vuelta de mil prodigios, como los que el coronel Olcott nos narra en otro lugar (De gentes del otro mundo, capítulo 1), Y referentes a otro niño de Bombay que también logra bajar de igual modo al mundo de los jinas, se ve rodeado de un verdadero Paraíso, a la manera de los que anteriormente van descritos. Allí ve "al pájaro que habla" (como le viese y oyese el Sigfredo de Wágner bajo el tilo), "a la fuente que mana oro" y "al árbol que canta"  . Por fin roba la lámpara maravillosa, y por ella conoce las perversas intenciones del hechicero, a quien, astuto, logra dejar encerrado en el subterráneo, mientras que él, gracias a la lámpara y al anillo, logra mágicamente cuantas riquezas pueden apetecerse en este mundo...

¿Quién no recuerda, asimismo, las aventuras de Sindbad el marino? El Ave-roc que le lleva raudo por la región de los aires hasta hacerle conquistar un verdadero Vellocino de Oro, no es sino la famosa Ave-Fénix de los griegos; el Pájaro GARUNA de los parsis, el Ave-Li del gran poema chino del Li-sao (Grutas, pág. 210), y en la que el poeta precristiano visita las recónditas soledades iniciáticas del Tibet, tornando luego a este bajo mundo de los hombres, tan rico de bienes como de espíritu, porque es sabido que la miseria física de éstos no es sino el karma, reflejo o consecuencia de su miseria moral, y por eso, como dice el Evangelio, "debemos tan sólo buscar el Reino de Dios y su Justicia (mundo jina del Ideal), que lo demás nos será dado por añadidura", Si las riquezas físicas viniesen, en efecto, siempre a la par que las morales, y no después (ora en este mundo, ora en el de los jinas), seríamos virtuosos..., por egoísmo, es decir, careceríamos de toda virtud efectiva y basada en la renunciación del sacrificio.

Y, cuento tras cuento del gran libro, en todos aparecen los nombres jinas, sus jardines encantados, sus tesoros inauditos y su perfecta liberación enedimensional de esta nuestra triste cárcel de materia física, impenetrable para nosotros como tal, pero perfectamente penetrable para ellos, como seres hiperfísicos, y desde la que pueden establecer sus espirituales protecciones sobre los justos, de quienes es tal mundo.

Tal es el relato del cuento del heroico príncipe Seif Almuluk con la hija del Rey de los Genios, pues es una de las leyendas orientales que hacen mayor alusión al espiritual consorcio posible de jinas y hombres, pese a la barrera natural que se alza entre estas dos razas de seres. En tal sentido, es interesantísima y de valor inapreciable. Compendiémosla en pocas palabras.

Seif y Said eran dos amigos inseparables, hijos, el uno del rey de Egipto, y el otro de su visir. Ambos habían sido concebidos por modo casi milagroso, de madres estériles, gracias a los consejos del rey Salomón, quien había deparado para el príncipe su anillo -el oro del pensamiento- y una cajita misteriosa, encerrando un vestido hecho con alas de mariposa -la imaginación-, y para el hijo del visir una fuerte espada y un fuerte venablo  . Abierta por el príncipe la cajita, ve retratado en el velo del vestido -velo de Isis- la imagen de una beldad sin par en el mundo: la del hada Badial lamal, hija de Nahual, hijo de Charuc, primer rey de los genios creyentes que moran en la Isla de Babel, en el jardín de Irem o Irán. El joven se lanzó, en unión de Said, a buscar al hada por todo el ámbito del mundo, sin hallar quien de ella le diese razón en parte alguna, pasando cuantas amarguras y pruebas son de rigor en tales casos  , Antes tuvo que redimir de su esclavitud a la dama Daulet-Chatun  , su hermana de leche, y una vez que hubo alcanzado la suprema felicidad de conocer al hada de sus amores, se riñó gran contienda entre los buenos y los malos genios (los nilo lohitas, los rojo-azules), por si un mortal, por grande que fuese, podía enlazar con un hada sus destinos, pero gracias a Daulet-Chatun, o sea a la ninfa de la Matemática, el enlace es admitido por el "

Rey de los Genios , y Seif-Almuluk se une a Badial Iamal, y su hermana Said con la admirable Daulet-Chatun, para que el recto espíritu de la justicia que a la Matemática trascendente preside pueda asesorar en los destinos del Mundo. Otra prueba más, en fin, del carácter simbólico matemático de Daulet-Chatun nos la da la leyenda al decir que el espíritu del mal genio que la tenía encantada en el palacio negro, entre el cielo y la tierra, era inalcanzable para todo mortal, pues yacía escondido en el pecho de un ave misteriosa -la Unidad-Una, alma del Mundo-, ave que, a su vez, estaba encerrada en siete cajitas -las siete decenas del sistema septesimal, propio de todos los símbolos de Oriente-; estas siete cajitas en siete cajas -las siete centenas-, y éstas, finalmente, en un sepulcro de mármol - el millar septesimal .

En el príncipe Ahmed y el hada sublime vienen, como siempre, los jinas, la peri o parsi-Banú, a saber:

Tres príncipes, hermanos, se enamoran de la misma princesa, y, para fallar su pleito,. el sultán los envió a los tres por el mundo, para que volviesen al cabo del año con alguna cosa extraña y rara. El que aportase la cosa más preciosa recibiría en galardón la mano de la princesa. Al cabo del año cada cual volvió con su preciosidad, es a saber: el segundo hermano, con una alfombra -¿aeroplano?-, con la que bastaba colocarse sobre ella y pronunciar cierto conjuro, para ser arrebatado por los aires y llegar al sitio que se quisiera; traía el hermano mayor. un espejo mágico, adquirido en Persia, en el que bastaba mirar para ver las cosas más remotas en el espacio o en el tiempo; y el tercero, que era Ahmed, una manzana, como las famosas de la Freya escandinava, o las no menos célebres del jardín de las Hespérides, "Cogidas en el valle del Sogda  , uno de los cuatro ríos del Paraíso, que bastaba dada a oler a cualquier enfermo para que al punto recobrase la salud. Los tres hermanos, al finalizar el año, se reunieron en una ciudad muy distante aún de la corte y se comunicaron sus adquisiciones respectivas; pero cuál no sería su dolor cuando, al ensayar el espejo mágico del mayor, vieron con él que agonizaba por momentos la princesa tan codiciada por los tres. Al punto vuelan los hermanos, rápidos como el rayo, en la alfombra del segundo, y gracias a la manzana del tercero logran restituir la salud a la princesa.

Perplejo el sultán porque sin cualquiera de las tres cosas su hija habría muerto, remite el otorgar su mano a la prueba del arco, tan común entre todos los pueblos antiguos. La princesa casaría con aquel que arrojase más lejos su flecha . La del primer hermano va lejísimos, pero la sobrepuja aún el segundo. La del tercero, sin embargo, va tan lejos que llega a perderse en lontananza, sin que nadie alcanzase a encontrarla. El sultán concede, pues, la princesa al segundo, y mientras el primero se retira a un cenobio, el tercero, creyéndose injustamente preterido, se aleja de la corte, errante, a la ventura.

Aquí llega una nueva historia de los consabidos subterráneos de los jinas. El príncipe Ahmed, en efecto, a vuelta de mil penalidades por todo lo descubierto de la tierra, marchando siempre adelante, como marcharse debe por el camino de la perfección, cayó exhausto, al fin, junto a unas enhiestas y retiradas rocas, a cuyo pie vió caída la flecha de su esfuerzo. Ella había dado ciertamente en el blanco, pues que había abierto de par en par una estrecha puerta de hierro sin cerradura en -lo más raso de aquellas rocas, ocultas a las miradas del mundo... Penetra el príncipe lleno de resolución a lo largo de aquellos maravillosos subterráneos, y, sin detenerse en sus riquezas infinitas, descubre al Hada de su Amor, a la incomparable PariBanu, a cuyo lado conoce, por vez primera, el verdadero Amor trascendente que inspirar no puede ninguna mujer en el mundo, y pasa una existencia feliz al lado de su Adorada.

La voz del deber y de la sangre recuerda al fin al príncipe que ha dejado a su padre y a sus gentes en este bajo mundo, y recaba del hada permiso para volverlos a ver, a condición, sin embargo, de que no hable al sultán de su casamiento ni del retiro en que ambos viven tan ricos y felices. Poco a poco menudean las visitas del príncipe al reino de su padre, hasta que la envidia cortesana, intrigada por un fausto como el del príncipe de tan ignorado origen, apeló a la necromancia y -violó el secreto del retiro de los dos superhumanos amantes. El padre comienza entonces a pedir a su hijo verdaderos imposibles, que mágicamente, sin embargo, son realizados al instante por los genios servidores de la inmortal pareja, y, por fin, solicita nada menos que el conocer a uno de estos genios, a su rey Schaibar o Kabir, hermano del hada, quien cae entonces sobre el reino y realiza sobre todos los necromantes delincuentes aquellos -sultán, visir, cortesanos, etc.- una justicia cual la de la Atlántida o su émula Sodoma.

El príncipe Zeyn Alasnam y el Rey de los Genios es otro de los mejores pasajes jinas del gran libro. Dicha leyenda del príncipe Zeyn Alasnam, o bien del príncipe Man-Mah-Djin (el djin bueno), correctamente leído a la inversa, como corresponde a todos los nombres arios leídos al modo semita, ha circulado profusamente por España en uno de los más hermosísimos pliegos de cordel, bajo el título de "El Príncipe Selim de Balsora y el Anillo Prodigioso". El príncipe, hijo de un gran Rey Iniciado, descubre, por un viejo pergamino legado por su padre, un subterráneo inmenso, donde, aparte de las preciosidades consabidas en los subterráneos de esta clase, apareció una rotonda con ocho estatuas maravillosas, verdaderas musas de aquel encantado recinto, y un pedestal vacante consagrado para una novena estatua, que, por consejo de un venerable anciano que se le ha aparecido en sueños, ha de conquistar el joven yéndose a tierra de Egipto, la cuna, en unión de Persia, de toda la magia de Occidente.

De la capital de dicho país pasa el joven, guiado por un Mentor compañero de su padre, a La isla de los genios, isla sagrada idéntica a la "Isla blanca", no pocas veces descrita por H. P. Blavatsky, pero no sin antes haber pasado por las infinitas pruebas que son de rigor para todos los neófitos del ocultismo. En la isla le recibe el Rey de los Genios, quien le entrega cierto espejo mágico con el cual tiene que recorrer el mundo hasta encontrar una compañera digna de él, cosa que conocerá mirando siempre en el espejo, porque si el espejo -que no es otro sino el de la conciencia- se empañase, sería prueba de que el camino seguido era falso, y recto cuando el espejo no se empañase.

Tras mil peripecias peligrosas, halla al fin la deseada joven, ante la cual no se empañó el espejo mágico, y celebrados los desposorios con ella, el Rey de los Genios le exige que se la entregue en pago de sus buenos servicios y que regrese a Balsora, en cuyo subterráneo encantado hallará la novena estatua que le falta. Cúmplelo así, aunque con terrible sacrificio, el joven, y al regresar a su reino y al subterráneo halla con sorpresa indecible a su amada como una novena estatua, coronando el pedestal vacío.

El simbolismo de esta leyenda es uno de los más diáfanos que existir puedan acerca del proceso iniciático, a lo largo del cual, y a costa de penalidades, el alma del hombre logra descubrir a su "Osiris", Solo Espíritu Supremo, con el que se desposa místicamente, al fin, cuando el crisol del dolor le ha purificado por completo de todas sus pasiones animales, realizando así el ideal supremo de esa evolución humana que conduce al mundo de los superhombres.

El príncipe Uns Almulud y Ward fil Akman, la hija del visir, es leyenda que encierra el mismo simbolismo que las anteriores, aun que aparecen en ella algunas particularidades que conviene puntualizar.

La más característica es la relativa al alcázar construído por el padre de la doncella, el visir de Schamech. Laneck, sobre el inaccesible Monte Thakla -el monte Huérfano, el retiro Solitario-, en una isla en medio del Mar Cano o Mar Polar, ni más ni menos que la isla Blanca de que nos habla H. P. Blavatsky como el más excelso retiro de la Gran Logia de Iniciados que gobierna al mundo. El' príncipe, para llegar hasta allí, da antes cima a los consabidos imposibles, entre ellos, como Pan y - Apolo, el domesticar con el habla -la Palabra Sagrada- a los animales que pretenden cortarle el paso. Un ermitaño le ayuda a tejer la red o tela, con la que puede aquél subir finalmente al castillo.

Otro detalle es la multitud de aves que rodean a la dama en el castillo y que hablan prodigios como la de -Sigfredo, anunciando al príncipe Uns o Unus -el único- las glorias de Ward o Ahur-Aura, su amada, que yace en el castillo inaccesible, como Brunhilda en su roca rodeada de llamas.

                Juega en el relato la capital Ispahan, que tan estrecho parentesco, pese a nuestra filología de topos, guarda con el de España.

                La multitud de versos con los que se ameniza el relato son agregados posteriores de grato sabor árabe.

Para terminar, pues, esta tan rápida ojeada sobre la primera obra novelesca del mundo en tiempo y en mérito, digamos dos palabras acerca del cuento más genuinamente jina que contiene, a saber: el del príncipe Camaral-zamán y la princesa Badura, donde hombres, hadas y genios conviven.

El príncipe Camaral-zamán, por resistirse a contraer un matrimonio de Estado, fué encerrado por su padre, como el Segismundo de Calderón, en solitaria torre. El hada Mainuma le sorprende durmiendo, y admirada de tan sobrehumana belleza, comunicó su asombro a un genio amigo, quien le dijo:

-Por bello que el príncipe persa sea, infinitamente más bella es mi princesa Badura, quien, por análogas resistencias hacia cuantos matrimonios de conveniencia quieren sus padres imponerle, también vive, lejos de toda mirada humana, confinada en estrecho destierro.

-Eres un insensato, hermano genio, si pretendes hacerme creer que tu princesa es la mitad de hermosa, siquiera, que mi príncipe.

Con esto, trabaron una terrible discusión la gentil hada y el genio testarudo. Para zanjarla de una vez, convinieron en ponerlos uno al lado de la otra, durante su sueño; pero la discusión tomó caracteres gravísimos, porque, aun viéndolos juntos, dormidos, hada y genio se mantuvieron en sus trece respecto de aquellas bellezas-tipo.

-Adjudiquemos entonces el premio de la hermosura al que de ellos tenga mayor belleza moral; es decir, al que, despierto, se muestre más tierno y amoroso, ya que no existe en el mundo belleza comparable a la inmarcesible belleza del corazón - convinieron entrambos entes invisibles.

Y ya, no sólo los reunían cuando bajo mágico beleño dormían uno al lado del otro los dos príncipes, sino que los despertaban alternativamente; pero fueron tales las pruebas de supremo amor que uno a otro joven se dieron, del modo más casto, que la duda quedó en pie, como al principio. Inútil es añadir que lo mismo él que ella despiertos ya y cada uno en su reino, que distaban entre sí miles de leguas, confesaron el maravilloso suceso a sus padres respectivos; pero el problema que a entrambos amantes se les presentaba parecía insoluble. ¿Cómo encontrar, en efecto, para la princesa, el enamorado príncipe de su ensoñado amor?

Aquí la serie de aventuras, iniciáticas todas, y todas a la usanza de las leyendas, que el lector puede hallar admirablemente descritas en el texto en cuestión, hasta el día en que, tras mil penalidades y conflictos, los dos amantes pudieron verse el uno en los brazos del otro y ser felicísimos. Nuestro propósito al recordar la hermosa leyenda oriental, no va más adelante, pues que se limita sólo a puntualizar uno de los hechos más extraños e inexplicables, que preceden siempre al verdadero amor y que se condensa en el famoso dicho castellano de que "casamiento y mortaja, del cielo bajan"; es decir, que dependen en absoluto del misterioso juego del Destino, que llama casualidad el vulgo.

¿Por qué desconocida ley orgánica suele iniciarse la pubertad, en uno y otro sexo, con ensueños premonitorios, de emotividad inenarrable, cual si en ellos jugasen, digámoslo así, hadas y genios, al modo de los famosos íncubos y súcubos de la literatura eclesiástica medioeval? ¿Por qué y cómo, ya en la realidad, el herir de ese instantáneo dardo de Cupido, el dios niño, loco y ciego, decidiendo en un instante el porvenir entero de los con tal flecha heridos?

Henos, pues, aquí, otra vez y siempre ante el problema del amor, el eterno problema, y en el que más que en ningún otro actúan en nuestro mundo los seres invisibles del submundo y del supramundo, que diría el gran teósofo portugués vizconde de Figaniere. El Amor, que es más grande que la Muerte, pues que la mata 9ando vida, es el nervio todo del inmenso poema en prosa de los parsis primitivos; pero el Amor con mayúscula, ese amor que, arrancando del santo hogar ario en el que el brahmin o pater familiae es sacerdote en unión de la mujer, el hijo, la hija y el extranjero protegido, se llega a elevar por encima del sexo mismo, en símbolos y emblemas ya trascendentes de un mundo superior o jina, que nos aguarda piadoso para después de ese solemne día en que, dejando aquí la carne, que es la hija y la madre del sexo, se nos descorra con la muerte el casto misterio de Las mil y una noches, o sea, bien traducido, EL VELO DE ISIS.

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