CAPÍTULO XXVIII. LOS "JINAS" Y LA FILOLOGÍA

Lazos jinas que ligan entre sí a todos los tomos de nuestra Biblioteca de las Maravillas. - Algunos ejemplos de ello. - La Filología como una de las columnas en que habrá de apoyarse la revisión teosófica de la Historia del Mundo. - La letra A y los lenguajes arcaicos. - El Fuego y la A, la doble A y el Agua. - Ojeada general acerca de las palabras Aaban, I Aad, Aah, Aahi, Aahim-Charim, Aahis, Aahison, Aahla, Aahotep, Aakaba, Aamés, AanasThoth, Aanra, Aassi, Aatzin, Aayon, Aba, Abaareca, Ababana, Ababil,' Abacote, Abadir, Abahai, Abahaitui, Abahonda, Abai, Abaia, Abangas, Abanquis, Abantes, Abantia, Abanto, Abas, Abarhisi, Abascante, Abascocba, Abatón, Abatos, Abazeus, Accalarentina, Acra, Acragas, Acramas, Acrisio, Acrópolis, Aennus, Aga, Agada, Agadea, Agag, Agajar, Agakhan, Agalegas, Agalis, Agalma, Agameda, Agamedes, Agamemnón, Agánipes, Agapita, Agaptolomeo, Agastia, Agathon, Agatilio, Agatino, Agation, Agatimia, Agatirsio, Agatodea, Agatodemon, Agavea, Agra, Agrigente, Akasha, Alah, Aleph, Alpha, Anas, Aretusa, Argólida, Aries y mil otras. - Valor ocultista de todas ellas en relación con los problemas que nos ocupan.

Los anteriores tomos de esta Biblioteca de las Maravillas, en punto al problema de los jinas, pueden ser considerados, como diría un matemático, en función de cualquiera de ellos, o sea que, dada la idea esencial teosófica y ocultista que a todos preside, los diversos capítulos de ellos están ligados entre sí por infinitas conexiones jinas, lo que más de una vez nos ha obligado a repeticiones inexcusables, que son como puntos de cruce o nudos de la red ideológica que los abarca. Así, si frente a cada tomo nos imaginamos como apéndices de él a los restantes, las concordancias jinas históricas, míticas u ocultas de aquél se verán totalmente corroboradas y amplificadas en éstos, con lo cual no hay que decir si ganarán en vigor y en garantías de certidumbre, o al menos de probabilidad en el peor de los casos, las doctrinas a que se refiere.

   Por eso sería conveniente que el lector por sí mismo, a guisa de síntesis, echase una ojeada general sobre los hechos jinas más interesantes que saltan aquí y allá en repetidos tomos, y cuyo respectivo detalle puede verse en ellos. Cierto que todos aquellos hechos están tocados de ese esfumado de sombra y de misterio que caracteriza a las "cosas del otro mundo", o sea, matemáticamente, a las "proyectivas ene-dimensionales en el mundo de la tercera dimensión", que es el ilusorio mundo nuestro; pero nuestro deber es el de consignado así, bien seguros de que los ensueños del hoy han de ser en el mañana realidades augustas y redentoras que vengan a mejorar nuestra triste condición de caídos. "Nada más repugnante, en efecto, decimos (tomo I, XV) que nuestra vida semianimal de hoy, toda desilusión, dolor, esclavitud y muerte; nada más hermoso, en cambio, que el ver salir de estos estiércoles las fragantes rosas del Ideal camino de un mundo mejor, del que antaño vinimos, y a cuya reconquista gloriosa hay que marchar con el arma del sacrificio, ya que nuestra salvadora razón, por los defectos que aún muestra en su naciente desarrollo, es a veces una especie de "enemigo íntimo, y por eso toda "verdad verdadera" de alguna importancia ha sido en un principio una bella verdad, una verdad jina."

Entre los pasajes más vivos del tomo I vemos así el de los ascetas primitivos del Bierzo, algunos como San Jenadio, "el jina de Dios, el Jina bueno" de Astorga (I, 18), viviendo alejado de los hombres con vida eremítica más vecina a la de los gimnósofos arios que a los necromantes monjes de la Tebaida, acerca de cuyas vidas más o menos jinas se dan en el tomo V, páginas 113 a 121, detalles interesantes. Estos detalles, por otra parte, se ven continuados en los tomos II y VI, con ciertos ascetas no menos curiosos de la serranía de Córdoba y Huelva, donde tenemos a granel los hechos jinas, tales como los de aquel santo hombre de Morón que viera a los jinas en el fondo de una ignorada mina fenicia (pág. 62), o esotro que el buen Emilio Carrere, con su gallarda y escalofriante pluma, nos relata de cierto ingeniero de minas, amigo suyo, quien asimismo los viese, según muestras, con esa luz astral que permite ver, mediante la glándula pineal, al decir de los ocultistas, cosas que son invisibles bajo nuestra luz física, pero que están, sin embargo, por bajo a su vez de esotra luz intelectual y espiritual, a la que se refieren aquellas mal comprendidas frases de "lumen de lumine de Deo vera" y "lux perpetua lucente ad eis", que juegan en ciertos cantos eclesiásticos.

                Procedente del referido tomo tropezaremos con la isla jina de San Brandán, probada "hasta con acta notarial"  , que diría un jurista (VI, c. 13) ; con la cueva jina de San Saturio, y su leyenda Solar del jorobadito (Conf. teosóf., I, capítulo de Religión, Leyenda y Mito); con varias otras "mansiones" jinas en diversas partes de Andalucía (II, c. 10) ; en toda Asturias (I, c. VII y VIII de la parte primera), o por mejor decir, en España entera, como país genuinamente jina en sus toponimias, en sus leyendas, en su historia y hasta en muchas de sus costumbres, cosa evidenciada en mil páginas anteriores de los tomos aquellos.

No queremos dejar de consignar, sin embargo, otro "hecho jina" que leemos en un hermoso manuscrito con el ex libris de don Feliciano Ramírez de Arellano, marqués de la Fuensanta del Valle, y que lleva el título de: Memorias y antigüedades de la M. N. y A. Ciudad de Tudela de Navarra; en las páginas 138 a 201 se dice: "El año 1564, a 17 de noviembre, se tañó milagrosamente la campana de la iglesia del lugar de Fontellas, teniendo atada la cuerda y haciendo un día muy sereno de aire. Tañóse estando la iglesia cerrada, cuyo prodigio repitió la campana en distintos tiempos, pues la primera vez se tañó a las doce del día, dando tres campanadas. En la segunda la vieron ocularmente, estando registrando y atando la soga de la dicha campana, y a éstas y muchas diligencias más que hizo el Lugar superó la novedad, porque continuó tañéndose varias veces. Esta noticia es extraída del proceso e información de testigos, que recibió don Miguel de Lerma, vicario general, con su fiscal don Diego de Calahorra, y está en el Archivo Decanal de esta Ciudad bajo la letra I (fenómeno idéntico al de las campanas de Velilla)" (V, pág. 132).

También en un manuscrito de varias apuntaciones y noticias, que conforme sucedían las asentaba don Jerónimo de Cavañas, vecino de esta Ciudad, está sacada la siguiente:

"Domingo a 10 de enero de 1588, entre dos y tres de la tarde, a legua y media de la Barca de Castejón, yendo a Corella, hacia la mano izquierda, en el monte que llaman del Cierzo, se aparecieron cuatro escuadrones de hombres muy grandes, que salían de la tierra vestidos de negro. Se aparecieron tres veces. La primera salieron como cuarenta o cincuenta hombres y se volvieron a sumir bajo de tierra. La segunda vez de allí a poco, hacia la misma parte, volvió a salir otro escuadrón de gente tres veces mayor que el primero, y en medio se vió un hombre mayor que los otros, que era blanco y caminaba hacia el Ebro por espacio de un credo, y después desaparecieron, pareciendo a los que tan espantosa visión estaban mirando que tragaba la tierra. De allí a poco se apareció otro ejército de gente, mucho mayor que el primero y segundo, a la misma parte y dividido en dos partes, con una bandera muy grande y azul, y estándolos mirando se volvieron a sumir bajo de tierra. Y de allí a poco rato, hacia la misma parte, a trecho de dos tiros de ballesta, de donde se mostraron los otros exércitos y gente, se vió salir de improviso de la tierra otro exército y multitud de gentes sin número, cosa espantosa y mayor gente que los demás que habían visto antes, y caminando hacia la misma mano izquierda, a la vuelta del río Ebro, anduvieron por espacio de un cuarto de hora, y después desaparecieron como los demás. Todo esto vieron Prudencio de San Pedro, vecino de Tudela y teniente de Justicia, y su cuñado Jerónimo de Aybar, vecino de Valtierra, y la mujer de Prudencio, hermana de dicho Jerónimo, que se llamaba Catalina de Aybar, y de ello hacen fe y testimonio otras personas de Alfaro, afirmando vieron lo mismo.

"En confirmación de este espantoso caso, en el mismo tiempo que acontecieron las visiones arriba dichas, se dice que en la villa de Alfaro se hundió o simó como espacio de una hera de tierra tan honda que no se podía ver el suelo, y que allá abajo se oía como un gran ruido de agua que corre. Este fué un prodigio, oculto a nuestro entendimiento, que sólo Dios sabía su misterio..."

Como se ve, los buenos hebreos de Tudela seguían pensando en cosas como en capítulos anteriores transcriptas respecto de Elías y Eliseo, o bien como los "ángeles exterminadores" de la noche pascual en Egipto, los Abadones exterminadores del Apocalipsis.

Insistir en tales detalles resultaría aquí imposible, pero es obligatorio, en cambio, hacer una confesión, a saber: que el punto de partida para nosotros ha sido uno e indiscutible: la Filología, como una de las columnas más fuertes en que ha de apoyarse el edificio de la revisión teosófica de la historia del mundo, historia esencialmente falsificada desde los buenos tiempos de Herodoto y de Eusebio. Mas, como el lector no está obligado a creemos bajo su palabra, vamos aquí, a guisa de ejemplo, a dar una prueba de ello, relativa a una sola letra del Alfabeto, a la A, de la que vimos no pocos particulares al hablar de Acca-larentina y de otras palabras conexionadas con ella y que empiezan con la misma letra.

La A es la primera letra de todos los alfabetos de origen ario o de la Quinta Raza Raíz, semitas inclusive, pues que en el primitivo lenguaje jina, calcidio o numérico, su valor fué siempre el de la Unidad Suprema, ]a Mónada, el Fuego, el Logos unitario, frente a Ja O, símbolo de la Nada-Todo, o el Cero, es decir, de ]a Divinidad Abstracta e Incognoscible, de donde todo emana y adonde todo vuelve después de su ciclo evolutivo. Por eso es el alpha de los griegos y el aleph de hebreos y cristianos; pero aquí precisamente empieza su cabalístico carácter jina. En efecto, en clave astronómica, este último nombre de Aleph, que significa toro o vaca, proviene de que, a] empezar el pueblo hebreo su historia (que no es, ni por sueños, la del mundo, sino la de la expulsión de esta raza de la Ariana, por su sensualismo) , el Toro era el primer signo de la eclíptica, como unos 2.000 años después próximamente ya lo era Aries (el cordero o Ra), y unos 5.200 años más, ya el punto vernal o de primavera, pasó, a su vez, a Piscis, coincidiendo así con la época del Cristianismo, quien por eso hubo de tomar al Pez o Ictius como símbolo iniciático de reconocimiento, cual aún se ve hoy en las Catacumbas. Esto constituía así un modo emblemático de consignar las Eras desde muy antiguo, por ejemplo, entre los asirios, quienes, al poner en lo alto de sus estandartes al signo Sagitario, marcaban su antigüedad de hace hoy unos 12 o 13.000 años, que son los que han transcurrido desde que Sagitario era el signo más alto (hoy el más bajo) de la eclíptica. Aleph, pues, era el jeroglífico del Toro parsi, y por eso se representó primero con una A invertida o.A La Primitiva Sabiduría, sin embargo, había antes de todo esto seriado los jeroglíficos de las letras de este modo, y a partir del cero u O: 1º., la Mónada o 1, constituyendo con la O el IO o IAO (el Logos Unitario); 2º., la Duada o A (el Logos Manifestado, TAO); 3º., la Triada o Δ; 4º., la Manifestación de la Divinidad en la materia o Tetracys (Maya, Ilusión); 5º., el Akasha o primitivo fuego, A (el Pensamiento); 6º., las Aguas del Chaos, en las que dicho Fuego o "Ascua de Oro" wagneriana se manifiesta (III, cap. XI); es decir, la doble AA que ya aparece en las notas etruscas de Ennio, y que por eso es inicial de cerca de un millar de palabras, todas relacionadas con el agua, y de las cuales, en Enciclopedias como la de Espasa, pueden contarse un centenar  Esta doble AA, además, sufre pequeñas modificaciones, tales como la forma actual del aleph en la que se crea un verdadero nexo como los del sánscrito, en la forma de AIA, EA o ARA (con la R o eta femenina para mejor caracterizar al agua) o AWA (por el mismo motivo), y AB en personas e hindúes, substituyendo la segunda A por la letra siguiente B, que es la letra de la Duada, substitutiva del signo A o ve invertida acaso para recordar jeroglíficamente el gran misterio acuático de la cariocinesis celular que, "por el fuego y el agua", hace dos células de una, cosa que no ignoraron aquellos primitivos iniciados, como lo prueba el mito de Osiris-Tiphon que en otra parte puede verse (IV, página 410) , Y hasta hay una triple AAA en ciertas monedas romanas, quizá significando ya a la tierra. La doble A, en fin, enlazada con su propio nexo (por redundancia muy frecuente en las lenguas, o más bien por presentarse, a la vez, en las dos formas), da lugar al notable jeroglífico de ANA o "las aguas", de las que las Enciclopedias traen centenares de palabras derivadas, a las que no podemos descender ya aquí.

Basta, en efecto, lo apuntado para afrontar ya el difícil problema del jeroglífico de los jinas, que podemos concretar en estos términos:

1º. El jeroglífico ario de IO o del signo lingual védico oTo (del que dedujimos tantos otros en las páginas 122 y 320 de De gentes del otro mundo), entre los etruscos principalmente, o sea entre los dadores de las letras unciales y de la numeración a Roma (únicos rasgos escriturarios que, para no complicar, venimos usando en este capítulo), pudo tomar la forma del cuadrado y de una de sus diagonales de la que, como ya vimos, se forma, por participación, lAVo IANVS, Jano, prototipo de todo nombre jina o jaíno.

2º. La palabra JINA que venimos empleando no es sino la casteIlanización de dicha palabra latina; su verdadera escritura, derivada del parsi y el árabe, no es fina, sino Djin, Djinn y así la vemos empleada por muchos autores  , y en sentido de genios más bien maléficos que benéficos en las tres religiones occidentales: la judía, la cristiana y la mahometana, lo contrario de lo que sucede en la buddhista, hindú y jaína, donde los maruts, que tantas relaciones guardan con nuestros jinas, son objeto de religiosos himnos en los Vedas.

3º. Otra forma de descomposición por notáricon (es decir, por lo que llamar podríamos "taquigrafía ocultista")   de aquel cuadrado es la de VNV (al modo como vimos en la palabra ANA) que, con la S del círculo circunscripto al cuadrado (invertido, por supuesto, y girado 180 grados uno de los semicírculos sobre el otro, como ya vimos también al deducir el jeroglifico de ISIS del de IO) , nos dan la sagrada palabra VNVS o UNO, con la que representamos a la Mónada, manifestada luego como Logos en la Duada.

4º. Anteponiendo a este último jeroglifico la 1, ya que antes se le pospuso al primitivo VNV la O de IO, tendremos IVNVS, JVNVS o LVNVS, el masculino originario del femenino Juno y Luna, por cuanto es sabido que la Luna, en el sentido cosmogónico-ocultista, es masculina, Deus-Lunus (como que su masa gira en torno de la Tierra a la manera del espermatozoide masculino antes de fecundar al óvulo con su caída)  , así como es femenina en el sentido antropológico, ya que es la madre de las Mónadas humanas, que de ella pasaron a la tierra al comienzo de la presente Cuarta Ronda o ciclo astronómico. En cuanto a Juno, podemos decir lo mismo, por cuanto antes de designarse así a la celosa esposa del Júpiter antropomórfico pagano de los últimos tiempos, no fué sino Ana, Hera o Diana (la Luna), esposa del dios Junus o Jano, que diera su nombre al mes de la apoteosis solar, Junius, el mes de las calendas, nonas e idus de Jano o Junus.

5º. Es sabido que el sánscrito (padre, no hermano, del griego y latín, como se cree) tiene siete vocales breves y otras tantas largas que pasaron a sus lenguas filiales, pero perdiéndose más y más, o aconsonantándose. Así, en griego quedaron la O (omicrón, breve o pequeña) y la Ω (omega, larga o grande); la E (breve o é-psilon) y la H (larga o eta), mientras que la A, I y γ (alpha, iota y úpsilon) degeneraron, quedando como breves y largas a la vez (aunque con distinto "espíritu" en unos casos que en otros, auxiliándose con los llamados diptongos, y aconsonantándose como la I (iota) que pasó a Ξ (xi) y aun a X (ji). Además, de igual modo que en sánscrito, las dos vocales ru y lru (breves y largas), pasaron a las semivocales P y A (rho y lambda), de donde derivan nuestra erre y nuestra ele (sencillas o dobles), con todo lo cual, las catorce vocales sánscritas siguieron, más o menos encubiertamente, disminuyendo de un modo considerable el número de las consonantes, que era de 34 en aquella lengua, Con estas observaciones previas resulta notorio que la religión Hin-du o lind, como la religión laina, la grecorromana primitiva de lana o luna y la primitiva de IAO (luego degenerada en el falicismo jehovático o de IOEVE), la chica del TAO-TE HIND (o King), etc., no son sino facetas de una sola Religión-Sabiduría originaria, la Religión Natural o de los jinas, el jainismo o más bien Cainismo, según las exégesis que hiciéramos en el comentario del capítulo I, tomo IV de esta Biblioteca  .

6º. En todas las religiones troncales, además, se nota la particularidad de que la doble A vea separadas sus dos letras por una tercera (que, ora es la H, o eta, como ya vimos, ora es la segunda letra del alfabeto, B, o beta), dando lugar en un caso a toda clase de desinencias (femeninas o acuáticas), y en el otro, a conceptos masculino de "paternidad". Así, el primer (taba" que encontramos es el Aba-zeus o sea Júpiter (Ió-pithar, Io-eve) , no el "Anciano de los días o Padre-Supremo", sino la "primera Emanación o Sephiroth cabalístico: "ENSOPH", Aennus, Enneas, Jana o Jano siempre. Como, por otra parte, este Zeus, Zeru-anas o Zoroastro original es la Fuente del Número, todo instrumento primitivo de cálculo (o aparato matemático-calcídico) - se llamó, por su augusto Nombre, Aba-zeus o Aba-cus, el Abaco, siendo uno de los más sencillos de éstos la famosa Tabla de Pitágoras para los productos de los nueve primeros dígitos. De aquí las maravillas que se leen acerca de los ábacos en las Enciclopedias, empezando por el Tratado de Algebra et Almuchabala, escrito por Leonardo de Pisa (Fibonacci), cuando, ya iniciado, regresó de Oriente, y en el que los ábacos se conjugan con sus respectivos planetas quizá desde los tiempos de la misma Atlántida, cuando no se soñase siquiera en cambiar, como los paganos de los últimos tiempos, los Dioses-Números-Planetarios por los Dioses-hombres de los diversos imperios en los que el gran Imperio atlante se descompuso. Los Abantes, hijos del perspicaz Linceo, último o duodécimo rey zodiacal de Argos, y de Hipermnestra, y entre los cuales se cuenta el parsi iniciado Parsifal o Perseo (siendo hasta seis los griegos divinizados en este último nombre), no son también sino los primitivos hombres arcadio-caldeos, iliónidos, jaínos, etc. (pues con cien otros nombres "jinas" pueden ser designados), cantados como héroes incomparables en Hesiodo, Homero, Herodoto y otros muchos autores clásicos. Todos, en efecto, eran orgivos o arios-luni-solares primitivos; todos, como tales jinas, custodiaban al áureo vellocino de la Religión Primitiva cuando fueron a robado con sus naves los helenos o selenos, es decir, los hombres lunares posteriores. Dan, Dzan o Kan era otro característico nombre patronímico de los Abantias, que les acredita igualmente de jinas. Y como tales jinas aparecen doquiera, por ejemplo, los abangas de Nigricia y Filipinas; los abanquis guaranís; los abannas mauritanos, astures y gallegos: los abanos de Colombia; los aba.nta de Livadia (con su templo de Apolo junto al Parnaso); abánticos, purblos "solares" de la isla de Negroponte, de la Eubea, la Fócida y la Galia Cisalpina.

Por otro lado, abanto aún es una palabra del léxico popular español para designar al milano o aguilucho, en contraposición con el cuervo, y en sentido figurado, a "la persona impetuosa y potente que arrolla todo cuanto se opone a su paso", rasgo característico de los héroes, y abatas en griego designaba lo inaccesible, lo inasequible-jina, en recuerdo de la inescalable mole egipcia que sirviera (dicen los diccionarios) para tumba de Osiris, o sea, en suma, la Montaña o Pirámide iniciática lugar del temeroso Toro o vaca Abautos (la consabida Vaca pentápoda hindú), en honor del cual, acaso los primitivos vascos dieron nombre a la montaña de Tri-anos o Tri-anas (Bilbao)-, mencionada como la más rica por ptinio. A bas-a-bantis también es nombre de un gran Iniciado que tuvo estatua en el templo de DeIfos; es el Cisne de Diomedes, el hijo de Poseidón, y el productor del frenesí sibilino o mántico, después confundido con la epilepsia, y de Aretusa Acca-larentina, Marta, etc., como vimos; un centauro, émulo de Quirón el Instructor; otro héroe jina compañero de Eneas; un rey y un monte de Armenia; un sabio tío de Mahoma; un nombre patronímico de los shar o zares de Persia; un célebre rapsoda troyaDo, etc. Abascantes, en fin, es una palabra griega que bien pudo derivar de los accadios o vascos occidentales de aquellas comarcas, pues que, según se consigna en las Enciclopedias, viene del verbo baskain, fascinación, seducción, magia mala, y de a,. partícula privativa, con lo que vuelve sobre el tapete el famoso busgosa bask'-jain de toda nuestra costa cantábrica (De Gentes del otro mundo, Introducción). El zafiro o abas-cocha (azul de lago) es otro nombre bien extraño entre los del quichúa, porque refleja en su color azul obscuro la alta espiritualidad jina o celeste, que también es el color de la atmósfera en las grandes alturas. ¿Quién es, en verdad, el que con tales "coincidencias" no se siente asombra do? ¡Verdaderamente que aún no hemos empezado a deletrear en la lengua del Ocultismo!

7º. Por último, entre las numerosas palabras jinas que saltan por doquiera se abre un diccionario, tenemos las de Acra y Agra, merecedoras también de especial atención, porque entrañan la eterna contraposición de lo masculino y de lo femenino, expresados, respectivamente, por sus sílabas Ac y Ag, puesto que la terminación Ra les es común, y ya sabemos, por otra parte, a qué atenernos respecto de ella.

Acra es altura en celta, griego, latín, árabe, etc. Por eso, desde las sumidades floridas en las que culmina apoteóticamente la planta, hasta la ciudadela inexpugnable que desde allá arriba parecía proteger a la ciudad de sus faldas y llano, cual el padre a la familia o el ave a sus polluelos, todo era acros y agra, y los orígenes mismos de estas ciudadelas, con todo cuanto se refería al misterio de los pitris o padres, solía encerrarse en emblemas, acrósticos o jeroglíficos, porque acros-acra equivalía a "punta", "altura", "promontorio", algo excelso, agrio, fuerte, en fin, ya que, como dijo nuestro vate,

por tales asperezas se camina

de la inmortalidad al alto asiento...

Así, en el Acra de la Aególida, dominando el azul horizonte del Archipiélago de la manera que aún se ven las ciclópeas construcciones de la península Calcídica, se alzaba orgulloso uno de los más viejos templos jinas, el de Junus-Hera, y promontorios de igual nombre fueron los de Carmania, sobre el lago Meotis, el de Arcania en el Orontes, el típico de la Arabia, el de junto a Antioquía en la Mesopotamia, con tres grandes ciudades a sus pies, el de San Juan de Arce y el célebre de Brindisi en la Magna Grecia, frente por frente ya de las costas griegas. El Acra-batanea de la Idumea y el de entre Neápolis y Jericó, como el Acraf de la primitiva Persia junto al Caspio, con los pensiles y observatorio que siglos más tarde creó Abbas II el grande, y nuestra propia Acra-leuca mediterránea, hoy Peñíscola, no son sino recuerdos santos del primitivo culto samaariano o samaritano de las alturas, ¡de las alturas solares hindúes, meta a la que no se llegaba ni se llega sino después de haber apurado los cuatro períodos del ascetismo iniciático que se llaman acra-mas, o sea "físico, intelectual y espiritual escalamiento de la altura"!

Por eso también, cuando al masculino acra se le agrega la sílaba ga femenina, se forma el nombre 'de Acragas, que, si por una parte significa el nudo o enlace de los dos principios eternos de la vida, por otra designa también a aquel hijo de Júpiter Olímpico (el dios de la altura) con Astérope, la bella Oceánida en cuyo honor Accragas fundó la ciudad lunisolar de Agrigento, con su templo pelásgico de júpiter Polieus o Polideus, ciudad que se repite con sus correspondientes monte y río de igual nombre en Lidia, Eubea, Etolia y Tracia, y que tuvo sus gemelas ciclópeas en las celebérrimas de Selinoute y Tauromenio en Sicilia; las de los volscos, hérnicos, eques y demás aborígenes del centro de Italia, llamados Norba (destruída como tantas otras cosas análogas, libros sibilinos inclusive, por Sila, el aristócrata loco romano), Preneste (célebre en la sublevación de Mario el joven contra aquel asesino de su padre, y más aún por los actos necromantes de sus templos que aún se recuerdan bajo el nombre de Suertes Prenestinas), Túsculo, Fiésole, Signio, Alatú, Veyes, Ferentino, Luna, Atino, Cara, Arpinum, etc., sin contar las de Tarragana, Numancia, el Bierzo y tantas otras de nuestra Península, que tienen en cada altura una acrópolis pelásgica o helénica, tanto que por ellas, o sea por "sus castillos", reedificados muchos siglos más tarde, en la Edad Media, sobre las ruinas acropolitanas, hubo de llamarse Castilla a la región central de España, émula de la región hindú del Penjab, de donde, según en otro lugar hemos indicado (ver cap. IV), son seguramente originarias, debido a. la invasión celta o kalka de hace cerca de 5.000 años, cuando la raza solar venida de la Ariana echó sobre sus hombros de Hércules la terrible tarea de civilizar, dirigir y salvar a los degenerados pueblos que habían quedado sumidos en la barbarie más abyecta a raíz de las últimas catástrofes atlantes.

Acrisio, en fin, como otra de las variantes de Acra, es el nombre asimismo del hijo de Júpiter y padre de Laertes (o sea abuelo de Ulises-Hércules y bisabuelo de Telémaco, en la griega genealogía épica)  También lo es de aquel Acrisio, rey de Argos, que como descendiente de Danao, hijo de Júpiter y de Ocalea (variante de Leda, la princesa-oca, la compañera eterna del consabido cisne), vivió en eterna lucha con su hermano Preto (el obscuro, el negro), aun desde el vientre de su madre, pues eran gemelos, cual los respectivos héroes del eterno mito del día y la noche (clave astronómica), de lo radiante y lo latente (clave física) , de lo recto y lo curvo (clave geométrica) , de lo positivo y lo negativo (clave numérica), de lo invasor y lo invadido (clave histórica), de los ácidos y las bases (clave química), y de lo masculino con lo femenino (clave fisiológica), que vemos igual en el Esaú-Jacob de los hebreos que en el Pólux-Cástor de los griegos, o en el Remo y Rómulo romanos, etc., etc. .

Después de la palabra Acra vengamos a la de Agra, o más bien Aga, su gemela, empezando por consignar que la letra ce o ha, fuerte, gutural masculina, tiene su contraparte en la ge, dulce, gutural o de segundo grado o femenina, y así, a la manera de lo que vimos con acra, aga y agra sirve de típica radical a todo lo inferior, lo relativo al aqua o contrapuesto y femenino.

Por eso hay docenas de ríos y ciudades Aga en Siberia, Etiopía, Egipto, Nigricia, Argelia, Turquía, Brasil, etc., y Aga es "señor de la ciudad", caudillo en turco. Aga-asio o aga-isios se llamó además a los antiquísimos etiopes-blancos del Mar Rojo y el Nilo, como "hijos de las aguas primitivas", o secuaces de la doctrina Agama, que también se lee en el segundo pitaka del Canon sagrado buddhista. Pero no paran aquí las concordancias filológicas, como verá el lector si está adornado para ello de la suficiente paciencia.

En efecto, Aga-berta es la "bis Melusina" o Urganda medioeval, y Agadé o Aga-dea es la bis caldea, que dió nombre al famoso arrabal de Sippara o Cipara (la ciudad de las estelas o cipos, el Cerámico caldeo, como si dijéramos) al norte de Babilonia, consagrada a Venus-Anunit y a Soma o Samas (la luna) , dividida en dos partes (la Acro-polis y la Io-polis) por el canal Nahar, a la manera como lo estaban todas las ciudades antiguas, incluso, según vimos, la propia ciudad inca del Cuzco, y por eso las -Enciclopedias nos dicen que se conocen distintos sobrenombres de Agadé anteriores al primer imperio caldeo, nombres solares todos, añadimos nosotros, tales como Zatr-ganisar-Iuh, "la imperial ciudad de Ganesha" que diría un buddhista, o la Agama-arcana y las Agama-shastras de los védicos Upanishad; la patria del anciano Sargón, célebre por su biblioteca, que alcanzó por lo menos hasta el siglo VII antes de nuestra Era, y cuyos ladrillos cuneiformes aún son en el British Museum la desesperación de los doctos, todo con arreglo a la etimología griega de Aganós, que significa "lo jina", lo maravilloso, incluso cuando sirve para designar a aquella celeste Agalis, "doncella de Corfú", cuyas obras cita con encomio Ateneo y Su idas, o esa otra palabra también griega de Agalma o agalló, cuanto agradar y maravillar pueda, desde el trípode o el monolito aquel de Agalma toy Apollonius de las cercanías de Mileto, hasta el perfume mismo del agáloco, la madera de áloe quemada en los sacros fuegos de las vestales. . .

Sólo los nombres de los dioses Aga o lunares llenarían un capítulo. Así tenemos a la autoridad religioso-lunar de Aga-el-Arana, literalmente "la magia del fuego producido por el arani", o por la rotación de la madera dura sobre el agujero de la blanda, que no la purísima del rayo de sol encendiendo el fuego sagrado al incidir sobre la gema o lente del Sumo Oficiante, y a sus agalegas o procedimientos mágicos que hoy dan nombre aún a unas islitas del Océano índico. Tenemos también a Agameda, hechicera lunar, "hermana del Sol", que, émula de Circe, componía nefastos brebajes para transformar en bueyes a los hombres que caían bajo sus sensuales hechizos; los bueyes de aquel establo de Augias, rey de Elida, su padre, cuya limpieza o "purificación" fué uno de los doce grandes trabajos de Hércules, a la manera como se lee en la Teogonía de Hesíodo, en la Iliada de Homero, y en cien pasajes de nuestras tradiciones de Blanca Flor y de las parsis de Las mil y una noches. Otra tradición, al hacerla esposa del Amulio romano, nos revela claramente en qué pudo consistir el destronamiento de Numitor de la leyenda de Roma. Tenemos de igual modo a Agamedes, el greco-asiático, hijo de Estinfalo, o sea de aquel monstruo lunar que en una laguna mantenía negras aves del mal con carne humana, hasta que Hércules acabó con ellos también en otro heroico trabajo; y al Agamedes, hijo de Ergino o Hercinio ("tenebrosidad de la selva") , rey del Orco y hermano del cíclope Trofonio, por cuyo antro nibelungo ya vimos penetrar a Telémaco, cerrando con una piedra enorme (la cúbica o iniciática) las entradas al Tesoro del rey de Ilistrix en Beocia (el tesoro troyano de Ilión), también muerto por Hércules. Viene, asimismo, a nuestras mientes Aga-menon (o Mnemon), personaje de egipcio abolengo, hijo de otro nibelungo, de Atreo, el riquísimo rey de-Micenas, Tirinto y Argos, biznieto del atormentado Tántalo y hermano del Menelao de Esp,arta, a. cuyo lado se refugió huyendo de Tieste, y cuyos tesoros (simbolizados en Helena o Selena, la Religión lunar) se apresuró a robar luego Paris, dando lugar a la célebre guerra de Troya y a toda la complicada trama kármica del sacrificio de Ifigenia, de los furores de Orestes, de los crímenes de Egisto y de las liviandades de Clitemnestra.

Contamos, en fin, con los Agag, nombre genérico lunar de los bíblicos amalecitas; AgaPita, uno de los nombres con los que Haman (o Hanuman, el dios-mono aliado de Rama en el Mahabharata) figura en el "bíblico caldeo" Libro de Esther (o Lsthara, la Estrella parsi); Aga Khan-Maho-Iati, el Viejo de la Montaña del Líbano, iniciador de los fundadores del Templo en los misterios lunares que poseyeron; Agaleas, pseudónimo de un célebre gramático alejandrino del siglo 11 de nuestra Era, de- la escuela de Aristófanes de Bizancio y comentador de los muchos misterios lunares que se leen en Hesiodo y Homero bajo velo histórico; Agam-Iamoc, divinidad peruana equivalente al Pachacamac inca, y como él sin Templo ni culto; Agapenor, hijo de Anceo y rey arcadio de Tagea, que asistió al sitio de Troya y participó del "collar de la armonía", don celeste que equivocadamente se dice le fué funesto; Agaptolemo o Ptolomeo, uno de los 50 hijos de Egipto (o gran iniciado, al modo de TriPtoleno, el inventor del arado) , que casó con la danaide Girena o Sirena; Agares, demonio de la Luna; Agastia, el célebre brahmán de los Puranas, hijo de Mitra o Varuna y de la ninfa Ur-vasi (fuego inferior o lunar), personificación a su vez del fuego de Agni-Vashistha, su madre, que transmitió a sus sacerdotes ermitaños, después de vencer a los rakshasas o titanes de Lanka (Ceilán) y a los vindias o lemures- hindúes, y cuyo prototipo español, por haber derrumbado el monte Vindhya, es "Vuelca-cerros", el de la leyenda de Juanillo el Oso (Conf. teosóf., I, pág. 225); Agathon (el daimón bueno), argivo, constructor del templo de Delfos e implantador de sus Misterios aprendidos de su Maestro Xeno-doro, el hombre solar; Agatic, espíritu lunar o del, contrario al del bien, o Jainhar, el jina de los hovas o Oveos mascareños y al que se ofrecen sacrificios humanos; Agatilio, el más lunar de los sobrenombres de Plutón; Agatino, pseudónimo de un gran médico espartano, discípulo de Ateneo en el siglo I, fundador de la escuela "teosófica" de los pneumatistas o espiriludistas, y de los episintéticos, o comparadores de las Religiones y las Ciencias, entre cuyos discípulos se contaron Herodoto, Teodoro, Arquígenes y muchos sabios romanos, entre los que produjo gran revuelo espiritual; Agation, genio de la medianoche, en forma, ora de hombre, ora de bestia, y cuyos talismanes tienen una media luna en su extremo inferior; Agatirno, hijo de Eolo, o sea "negro espíritu de las nubes", con reino en la Agatirnia de Sicilia; Agatirsos, los picti, de Virgilio, germanoescitas y sármatas, hijos de las necromantes amazonas, y conocidos con los nombres lunares de indatirsos, tisagetos, marsos, etc.; Aganice, rey iniciador de Tesalia, que predecía los eclipses; Agaladea, ninfa de Ptolomeo Filopator, se dice, pero más bien su "Helena" o numen, al tenor de las que se atribuyen necromantemente a los Adeptos, y que no son sino símbolos no humanos de su celeste Espíritu, al tenor de esa divinidad bienhechora que se llamó Agatodemon o "Espíritu de las Aguas del Chaos"; Agatón, abnegado hijo del troyano Príamo; Agavea, la hermosísima hija de Cadmo; Adán, el Kadmon cabalístico, y de Harmonía o Cosmos, que tan importante papel juega en los orígenes lunares de las bacanales y también en las iniciáticas tragedias de Esquilo...

y no hablemos de los nombres Aga, con o sin aditamentos de ciudades, lagos o ríos, porque sería no acabar. Baste decir que en solo una Enciclopedia como la de Espasa hemos podido contar casi un centenar, repartidos por todo el planeta, como cuantas cosas hacen referencia a la Religión primitiva, y trascendiendo de tal modo a su origen lunar del Penjab o la Rajputana, que hasta alcanza a esos lunares instrumentos primitivos que se llaman la gaita (agajar), a la flauta (agada), a la guitarra y al violoncelo turco (aga-lick-man o agal-keman), con lo cual podemos llegar a establecer, por último, el nexo con dos palabras augustas en la tradición y en la historia: las nueve Agánipes o Musas del Helicón (el Monte Solar, de Beocia), como divinas inspiradoras del Arte y las leyendas parsis, arameas, hebreas, árabes, etc., llamadas agadas.

Agadas o sagadas son, entre los rabinos, la parte más esencial del Talmud (enseñanza de las sagas, sibilas, pitonisas o profetisas, a bien decir), al lado de las halakas en la Mischna (o parte estrictamente dogmática y legal) , pero, en realidad, como hijas directas (aunque de mil modos profanadas) de las primitivas tradiciones jinas o solares que "ya los antiguos bardos de todos los países históricos cantaban sin entenderlas"', como dice Rolth Brash; y que han servido de base inspiradora absolutamente a todas las obras maestras de la Historia: Mahabharata, Ramayana, Ilíada, Eneida, Odisea, el Poema primitivo de Alcide (no el Cid de Alfonso VI, sino Hércules), Las mil y una noches, la Biblia, el Talmud, el Corán, y, en fin, otras, cual las de El Quijote, La vida es sueño, etc., etc., no son sino obras eruditas de éste y el otro genio que en ellas se inspiró. Todo verdadero agadista (léase novelista en el más alto y puro sentido) tiene que ser un efectivo taumaturgo o un aspirante a tal, porque en la agada está la esencia de toda poesía, de toda música, de todo teatro, de toda obra inspirada, en fin.

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